El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

19.4.06

Viento negro, fuego y acero

Ya estoy de vuelta tras el paréntesis de Semana Santa. Es una vuelta efímera, porque el viernes me voy de viaje a Italia, así que puede que esto sea lo último que sepáis de mí. Al menos hasta el mes que viene. Es probable que el avión sea a pedales y se caiga por el camino, o que me pierda en Italia y no vuelva, o cualquier otra cosa, pero en principio el día 1 volveré (probablemente con muchas cosas que contar).
Pero no venía yo a decir eso. En Semana Santa me fui a mi pueblo y una de las noches me dio por ver Conan. Ya la había visto, claro, pero unos días antes la vi en un hipermercado, en un paquetico con Master & Commander y Braveheart y me lo compré.

La verdad es que tenía el temor de que mis recuerdos fueran superiores a la realidad, que es lo que -demasiado a menudo- suele pasar con películas y series de cuando eras niño. Pero no: he de decir que ha envejecido bastante bien (mejor que Schwarzenegger y Jorge Sanz -Conan y Conan niño, para quien no lo sepa-, seguro) . También he de decir que la vi bebiendo unos cubatas, lo que le saca mucho más jugo a las películas. De hecho, casi se convirtió en una comedia. Pero es que ahora reconozco las múltiples referencias posteriores que hay en otras películas, comics, libros, discos de Manowar y Gigatrón... Mención especial para Cohen, el bárbaro del Mundodisco.
Bueno, todos sabréis de qué va el argumento, pero por si acaso aviso que voy a contar el final. La cosa empieza en un poblado en el que Jorge Sanz está decidiendo qué hacer con su vida: duda entre aprender inglés, ya que no entiende nada de lo que su padre le está diciendo (o, al menos, no da muestras de ello, ni le contesta) o algo de esgrima, pues el pueblo en el que vive parece peligrosillo. Se decanta por el inglés y la encargada es su madre adoptiva -no se parecen ni en el blanco del ojo-, por lo que ya no volvemos a ver al padre -si realmente lo era- hasta que muere. Desgraciadamente, no tiene tiempo de aprender ni una palabra cuando el pueblo es atacado por una horda de ecologistas exaltados -su escudo es un sol, una luna y dos serpientes y tienen perros y caballos-, que han ido para evitar que los pobladores sigan haciendo hogueras y talando árboles en medio del bosque y deciden que lo mejor es exterminar a los mayores y llevarse a los niños para reeducarlos. Como la mayoría de los habitantes había tomado la misma decisión que Jorgito no son una fuerte oposición, pues hay conflictos que sólo se pueden resolver a golpes y no hablando. La madre lo intenta pero es decapitada con su propia espada delante de Jorge, que no dice nada porque no sabe palabra alguna, pero se queda con la cara del asesino.
Los ecologistas-serpiente se llevan a todos los niños encadenados, pero piensan que Jorgito es mudo ya que, al contrario que los otros, no habla ni para quejarse de los educativos latigazos. Por esa razón, deciden venderlo como esclavo a un granjero: un ecologista mudo no tiene ningún futuro. En la granja, lo ponen a empujar una enorme y pesada noria con otros niños. Se ve que el granjero estaba en contra de contratar inmigrantes y se decantó por los niños, que salen más baratos y duran más tiempo. En la noria, Jorge siguió sin aprender ni una palabra, pero se hizo fuerte como un mulo. Tan fuerte se hizo que el granjero lo dejó solo en la noria, empujando sin ayuda de nadie, mientras los otros esclavos iban ascendiendo en el escalafón de la granja. Conviene aclarar que únicamente eran esclavos en el sentido de que no les pagaban y les daban latigazos. Por lo demás, comían bien y tomaban el sol, cosa que hizo que a Jorge se le aclarara el pelo y se le curtieran los músculos.
Un día, el granjero se fijó en que su mujer miraba mucho al esclavo mudo y decidió evitar tentaciones echándolo a una arena a pelear. Como no sabía pelear ni pedir clemencia, se quitaría el problema de encima rápidamente. Sin embargo, no le salió bien. Al principio, Jorge no hacía más que recibir, creyendo que el otro sólo quería ser su amigo. Cuando empezaron a dolerle las heridas, sin embargo, empezó a defenderse y acabó por destrozar el otro cráneo. Su amo vio que podía sacar dinero de aquello y le sometió a un duro entrenamiento (el profesor oriental le daba tortas en la cara por sujetar mal la espada) para perfeccionar su técnica. Jorge se dio cuenta de que si hubiera decidido aprender esgrima en lugar de inglés habría evitado mucho de todo aquello, pero no cejó en su empeño y fue aprendiendo palabras en la arena: muere, lucha, arg, mi cabeza y algunos otros improperios. Pronto cambió su nombre, porque Jorge no suena muy fiero que digamos. Debido a su corto vocabulario, Conan fue la palabra elegida (esto no queda claro, pero creo que lo sacó de un tío que iba paseando a su perro). Estos fueron sus mejores momentos, pues acabó por aprender bastante de espadas y de palabras, tenía más comida y una cama y no tenía que empujar la noria. De vez en cuando, su amo le metía mujeres en la celda, con lo que descubrió los placeres de la carne. Las que iban a la celda lloraban y temblaban de miedo, así que es posible que las primeras hubieran fallecido en sus manos, bien estranguladas o engullidas en un ataque de hambre, pues nadie le había explicado a Conan qué tenía que hacer.
Llegó un momento en el que Conan sufría más para ganar las peleas, así que su amo lo soltó en el desierto con un taparrabos. Luego dijo a su mujer que se lo habían comido los lobos, cosa que habría ocurrido si no hubiera caído casualmente a una antigua tumba de un guerrero. Krom admite los expolios, así que cogió la espada del guerrero y se hizo un abrigo con los pellejos de los lobos. Unos días después, encontró a una mujer (evidentemente practicante del más antiguo oficio del mundo) que le invitó a pasar a su casa. La chica le enseñó cosas que no había aprendido con las miedicas que su amo le enviaba, pero Conan no conocía el funcionamiento de esos contratos carnales y no quiso pagarle -tampoco tenía dinero, de todos modos-, por lo que la chica se enfadó mucho y trató de asesinarlo. Conan, al primer arañazo, vio que el sado no le gustaba y tiró a la pobre chica al fuego. Aprovechó las llamas para prepararse la cena y algo de comida para el viaje y se largó de allí.
No tardó en encontrar a Bigote Arrocet, medio muerto de hambre porque su último espectáculo no había ido bien. Le dio de comer y discutieron de religión. Como Bigote sabía manejar el arco y las flechas, se lo llevó de compañero en busca de los ecologistas-serpiente. Llegaron a una ciudad en la que pronto les ofrecieron drogas, alcohol y mujeres. Las dos primeras impidieron que pudieran aprovechar a las terceras, así que siguieron de juerga por la calle (memorable la escena en que Conan da un puñetazo a un camello con el que tropieza) hasta que vieron una fortaleza de los serpientes. Según les dijo un viandante, habían montado franquicias por la mayoría de las ciudades, y Conan decide entrar en ésta, a ver si averigua algo. En los alrededores encuentran a una rubia ladrona que se une a su expedición. Una vez dentro se dan cuenta de que los ecologistas, con los años, se han convertido en una secta bastante destructiva y probablemente satánica, y que van a sacrificar a una chiquilla. Como son ladrones, en lugar de rescatar a la chica se dedican a buscar objetos de valor: encuentran un pozo lleno de joyas -y de esqueletos-, pero al coger la más grande despiertan a la mascota de la torre, una enorme serpiente a la que decapitan cuando se acerca a darles la bienvenida, sin preguntar siquiera. Huyen como pueden de la torre y se van a celebrarlo: Conan lo celebra con la Rubia, a la que conquista dándole la joya más grande, en una larga noche de pasión. No se sabe nada de Bigote.
Al día siguiente, desayunando, les meten droga en el café con leche y son llevados ante el rey, que primero les chilla por ser ladrones y luego les pide que vayan a la sede central de la secta-serpiente a ver si pueden rescatar a su hija, seducida por el líder. Bigote tiene mucha resaca y pocas ganas de pelear, y Conan se asusta cuando la Rubia le habla de amor, así que sale por piernas dejando a los otros dos. Se encuentra con un supuesto mago claramente homosexual del que se hace amigo rápidamente, y que le indica dónde está la sede central de los hombres serpiente. Se dirige allí y seduce a un acólito para robarle la túnica y un talismán que muestra a los vigilantes para entrar. Desgraciadamente, no reconoce al cantante de Iron Maiden, uno de los jefes, que sospecha algo y hace que lo capturen. El jefe de la secta ni siquiera recuerda al niño mudo cuya madre decapitó hace años, lo que hace que Conan aún se enfade más. Cosa que no le sirve de nada, porque le dan una paliza y lo dejan atado en el desierto para que se lo coman los buitres. La cosa da la vuelta cuando Conan se come a uno de los buitres, pero eso no le da fuerzas suficientes para escapar. Cuando ya empezaba a tener alucinaciones, aparecen Bigote y la Rubia y lo rescatan. Conan ya no puede seguir eludiendo el compromiso con ella y se hacen novios oficialmente. Hasta después de que la muerte los separe, incluso. Deciden volver a la guarida de las serpientes, y se infiltran por una entrada trasera que Conan no había visto en su primera visita. Conan piensa que, después de todo, no es mal metodo el que emplearon los serpientes en su pueblo, y comienza a exterminar a unos cuantos. No sin dificultad, encuentran a la hija del rey y se la llevan contra su voluntad. El cantante de los Maiden está muy cabreado, porque él mismo había criado a la serpiente que mataron en la otra fortaleza, y coge un martillo más grande que él para perseguirles. Sin embargo, falla su golpe y a punto está de derribar toda la fortaleza. En la confusión los buenos escapan, pero el líder de la secta dispara una serpiente amaestrada con un arco (????) y da en la Rubia, que muere envenenada. Conan no llora, pero Bigote y el Mago, que empiezan a ser muy amiguitos, sí.
Más tarde, en una escena típica del Equipo A, preparan la defensa de su campamento, pues sospechan (porque ella misma se lo dice) que los serpiente irán a rescatar a la princesa. El ataque no tarda en producirse y comprobamos dos cosas: una, que realmente el destino de Conan era pelear y no ser profesor de lengua; dos, que las trampas que preparan no sirven para nada: sólo una de ellas funciona, y mata al de los Maiden cuando perseguía a Conan con el martillo pilón. La Rubia vuelve de entre los muertos (para eso eran novios) para salvar a Conan cuando otro de los jefes estaba a punto de ensartarlo. Podemos ver la cara de alivio de Conan cuando la Rubia desaparece de una vez por todas. El líder de la secta, al ver cómo su flamante ejército es superado por tres hombres -bueno, uno y medio en realidad, porque el Mago y Bigote no hacen mucho-, huye despavorido. La princesa, al sentirse abandonada por su líder, reniega de su fe y se une a Conan.
Conan sigue el líder hasta la guarida, lo captura y emplea su mismo método: le corta la cabeza. Parece sencillo, pero le cuesta un rato, pues el líder no tiene cuello: su cabeza está directamente unida al tronco y Conan tiene que cortarla como si fuera jamón. Después, muestra la cabeza a los acólitos que quedan allí y la lanza al vacío. La cabeza cae con un ruido característico. Después, coge una peana con una hoguerita y la lanza contra el templo, que a pesar de ser de piedra arde como una de esas casas japonesas de papel.
La última escena nos muestra a las dos parejitas (Conan y la princesa y el Mago y Bigote) cabalgando hacia el horizonte, mientras una profética voz en off nos dice que Conan llegó a gobernar otros territorios por sus propios méritos.

Ya sabéis, si tenéis ocasión de ver esta película, no la desaprovechéis. Hasta el mes que viene.

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11.4.06

La primavera ha venido

Ya es primavera en El... Bueno, no lo digo. Si quieren publicidad que la paguen (acepto cheques). El caso es que también es primavera en mi pueblo y el domingo saqué unas cuantas fotos (incluido un autorretrato, para que no digáis que no he puesto ninguna foto mía). Además, así os ahorráis un montón de palabrería, porque teniendo imágenes no hacen falta palabras. Y si queréis palabras no tenéis más que buscar páginas de poesía por ahí, que hay muchas sobre ese tema.































Bueno, no me resisto a decir algo. Hasta que no inventen las cámaras con olores, la escena estará incompleta: falta el olor a flores, a hierba recién cortada, a humedad...


















El perro huele a perro, claro, pero eso ya os lo imaginabais, ¿no?

10.4.06

Sardinas en aceite

El pasado jueves pensaba haber ido al concierto de In Flames y Sepultura, pero finalmente no conseguí entradas y para quitarme algo de mono me fui a ver a Eric Sardinas, que también estaba por aquí. Tenía que elegir entre eso y ver Los Serrano en la tele, así que estaba claro.
Apenas diez minutos antes de las nueve (hora prevista del comienzo) llegábamos a la sala. Una media hora después -y era un helado atardecer primaveral; gracias, Artsaia- entrábamos. No tardamos en descubrir que la cerveza costaba 3 €. Efectos colaterales de la ruta del bakalao: me parece bien que pongan cara la bebida cuando eso esté lleno de bakalas, pero en un concierto... Y sin ventilación alguna, para compensar el frío de la calle. Allá ellos: conmigo perdieron dinero. O dejaron de ganarlo, más bien. A un precio normal habría bebido más de las dos tristes birras que tomé.
Pero vamos a lo nuestro: los teloneros eran un grupo formado por un guitarrista, un bajista, una teclista, un batería, un cantante y dos tías que le hacían coros y cantaban alguna que otra canción. Los tíos hacían todo versiones: de Queen, Steve Wonder, los Blues Brothers... Un poco de todo. Hasta ahí pase. Pero es que cantaban en plan Operación Truño, a limpio grito y gorgorito, y con una estudiada coreografía para cada canción. Sólo le faltó hacer el remolino de Bisbal. Y todo eso está muy bien para una orquesta que actúe en bodas, bautizos y comuniones. Pero en un concierto... Entre eso y la escasez de cerveza, empecé a arrepentirme de no estar viendo Los Serrano.

Por suerte, duró poco mi calvario y no tardó mucho en saltar al escenario Eric Sardinas, recién llegado de las verdes praderas de Wyoming -o eso parecía, que no sé de dónde es y no me apetece buscarlo-, con camisa roja, chaleco, pantalones y sombrero vaquero. Soy consciente de que estas palabras no hacen justicia a la ropa que llevaba, realmente indescriptible: es mejor que veáis vosotros mismos la foto. No encuentro palabras para calificar los pantalones, la culebra del sombrero o las mangas de la camisa. Las guitarras también eran raras, con la parte central toda de metal, formando un círculo que hacía que de lejos pareciera un Banjo.
En cuanto a la música, me dicen que las canciones cambian mucho de los discos al directo. No puedo corroborarlo porque jamás había escuchado nada, así que tendréis que fiaros de la palabra de unos extraños. Su forma de tocar es, por decirlo en una palabra, violenta. Pero una palabra es poco para mí, así que...
Si habéis visto alguna vez a guitarristas en directo, sabréis que hay de todo: fríos, emocionados, postureros, tranquilos, enajenados... Pues bien: Sardinas es una mezcla de todos. Hay veces (pocas) que está más tranquilo y quieto, otras (las más) salta como un poseído; lo mismo hace el amor con la guitarra que le da una paliza; de pie o de rodillas; con la mano, con cejilla o con una botella de cerveza. Desde luego, variedad toda: en las dos horas que duró pudimos ver y oir casi de todo. Incluso tocó un par de temas con la guitarra desenchufada, directamente al micrófono (y no le quedó mal). Pero además de moverse mucho y rápido, el tío toca bien. No soy músico, así que no voy a entrar en detalles sobre eso, pero es bueno. El bajista y el batería que le acompañan no se quedan atrás, por cierto.
Y, por si fuera poco, conecta con el público. Se nos metió al bolsillo desde el principio. Sobre todo al público femenino. Había por mi zona una cuadrilla de enajenadas que no paraban de saltar y mover la cabeza. Sólo les faltó lanzarle las bragas. Total, que todos salimos contentos -aunque acalorados y con pitidos en los oidos. También es bruto en el volumen-, ya olvidado el disgusto de no ver a In Flames.

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5.4.06

Brigada antivicio

Hoy, si me lo permitís (y si no también, que para eso es mi blog), voy a incluir algo no escrito por mí. Es un cuentecillo corto que leí hace años -de hecho, lo leí en el colegio y el profesor nos lo mandó porque él había escrito el prólogo-. Viene en el libro de 1993 Un error de bulto, de Alberto Escudero. Lo incluyo por dos motivos: el primero que no es probable que lo haya leído nadie, pues el tío no ha escrito mucho más; he estado buscando por ahí y lo máximo que sale es su bibliografía (nada prolija: una novela en 2002 y algún otro libro de cuentos) y que sus obras están descatalogadas. Yo tenía olvidado el libro y el otro día lo encontré en el fondo de un armario.
El segundo motivo es el cuento en sí: no porque sea especialmente bueno, sino porque en su día resultaba gracioso, pero hoy casi da miedo por lo profético que puede llegar a ser. No me enrollo más: aquí está Brigada antivicio.


Va a oscurecer, y este barrio no es nada recomendable. El color gris está incrustado en todas las fachadas. Comienza a lloviznar.
Un individuo mal encarado acecha en una esquina: paso junto a él: me mira y me estremezco. Continúo mi camino.
Detrás de mí oigo taconear a alguien. El ritmo del taconeo aumenta y oigo un grito: me vuelvo: es una mujer: corre hacia mí, las facciones desencajadas. Corre porque el individuo la persigue: le da alcance: la golpea salvajemente, la derriba: saca luego una navaja. no ha contado conmigo: le caigo como un obús, los dos pies sobre el pecho: rueda por el suelo, se golpea la cabeza con el bordillo de la acera: queda inconsciente. Auxilio a la mujer: no logro reanimarla. La dejo sentada en el suelo, recostada en una cabina telefónica. Llamo a la policía.
Me siento junto a la mujer. Enciendo un cigarrillo. Al extremo de la callese ven las luces de los anuncios reflejándose en los techos mojados de los coches.
Llega la policía derrapando, haciendo aullar la sirena. Me levanto; arrojo el cigarrillo. Les señalo al individuo. Uno de ellos se va hacia donde está la navaja. Se pone un guante de goma, pero no toma el arma: recoge mi cigarrillo: "¿Es suyo?" Asiento: al momento el otro poicía me encañona: "Ponte ahí, contra la pared: las manos detrás". Me colocan las esposas. El coche arranca: rechinan los neumáticos. Me vuelvo y miro por la ventanilla posterior: la mujer sigue en el suelo, el individuo está levantándose.
El comisario me toma los datos y las huellas, con cierta amabilidad. Pero entra otro comisario: "Fumando, ¿eh, cerdo?". Ordenan que vuelvan a ponerme las esposas. Me abofetea: "Te van a caer diez años". Me bajan al sótano y me empujan dentro del calabozo: trastabillo y caigo: hay un banco de cemento: me golpeo en la boca.

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4.4.06

Vitamina G

Homer Simpson, el gran pensador del s XX, dijo una vez: "Las mujeres son como las cervezas: huelen bien, saben bien y pisotearías a tu padre por conseguir una. Pero cuando la tienes no puedes parar y tienes que probarlas todas." O algo así. Que me perdone si lo he citado mal. Se capta la idea, ¿no?
No voy a hablar de mujeres -quizá otro día-, sino de cervezas. Como estoy en el paro, viviendo de las rentas, uno de mis pasatiempos es la buena vida: película con un cáliz de Optimo Bruno (nótese que es la dirección de esta página), libro con una Guinness... Así que he decidido que los profanos en el asunto deben aprender a beber una cerveza como Arthur Guinness manda. Y qué mejor néctar para empezar que ella: la cerveza para las tardes de invierno, el café irlandés, la de la espuma cremosa, la más oscura del mundo, la vitamina G, la que da nombre al libro de los records... Estoy hablando, por si alguien no ha pillado las pistas, de Guinness, ese líquido oscuro que aparece en los vasos de las películas británicas cuando los personajes entran a algún local a refrescar el gaznate. Y una de mis preferidas; ¿se me nota?
Bien. Antes de empezar a beber hay que tirarla -al vaso, no al suelo-. Todos habéis visto cómo son los típicos vasos de Guinness, más anchos arriba que abajo (para disfrutar más del aroma). Si la tomáis en un bar con caña, tardarán un rato en servirla porque tienen que dejarla reposar según el ritual: desconfiad si pedís una Guinness y el vaso tarda menos de cinco minutos en aparecer ante vuestros ojos. En caso de que os la toméis en casa -es lo que estoy haciendo en este momento-, podéis tener una botella o una lata. Da igual: ambas tienen un mecanismo consistente en un plástico que flota en el líquido y que hace que la espuma salga cremosa como la de la caña. No cometáis el error de echarla de un golpe y desde muy arriba, porque el mecanismo no habrá servido para nada. Hay que echarla con algo de cuidado (tampoco excesivo, porque queremos espuma) al borde del vaso. Ahí ya empezaréis a disfrutar con el sonido que hace al caer. No olvidéis ir enderezando el vaso conforme se va llenando, porque si no se os caerá la cerveza al suelo. Y eso debería estar penado por la ley.
Si lo habéis hecho bien (y, si no, es cuestión de práctica. No os desaniméis), tendréis un vaso lleno hasta el borde y con uno o dos dedos de espuma blanca y cremosa como la de un café. Podéis dibujar tréboles o lo que queráis en la espuma si os apetece. Cuidado: no hay que empezar a beber. Si observáis el contenido, veréis que más que una cerveza parece una de esas lámparas de lava. Hay que dejarla reposar hasta que se quede negra como el corazón de un político. Mientras tanto, ya estáis disfrutando con la vista, viendo como va subiendo la cosa y adquiriendo su color.








¿Ya? Ahora debería tener este aspecto.
¿Sí? Pues podéis cogerla y acercarla a vuestros labios. Antes de probarla, su aroma os golpeará en las narices y sentiréis la espuma en vuestros labios. Notaréis el frescor en la boca y, por último, su sabor. En la página dicen que tras un gusto inicial a malta y caramelo, termina con un amargor tostado y seco. A mí me sabe a madera de barco. No es que me coma todos los días un galeón pirata, pero supongo que sabría así. En cualquier caso, como ya os la estáis trincando, no es necesario que os diga a qué sabe: tragad y disfrutad. Y no apartéis la espuma.
¿Habéis terminado? ¿Toda? Muy bien, así me gusta. Habéis de saber que en este rato vuestros cinco sentidos han gozado de lo mejor que las islas británicas han aportado a la humanidad. No olvidéis limpiaros el labio superior, que seguro que tenéis un bigote blanco. Esto de los cinco sentidos lo digo porque el otro día se lo comenté a uno de mi pueblo y me miró como a un lunático. Pues ahora ya te lo he demostrado, así que a callar. Y no soy un alcohólico, ¿eh?, que sólo he bebido una.

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