El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

14.5.09

En tierra cervecera VI: todo tiene su fin

Y por fin llegó el día en que teníamos que correr al aeropuerto cargados con nuestras maletas y con más barriguilla cervecera que cuando salimos de Pamplona. Aún así, antes de eso nos fuimos a un mercadillo a comprar recuerdos de esos de última hora para parientes pelmas y compromisos. Antes de subir al avión nos tomamos la última cerveza buena (en suelo internacional, eso sí. Ahí todas son de importación, ¿no?).

Eso es cultura cervecera

Hasta ahí lo bueno del viaje. Sin salir del aeropuerto empezaron los males: unos mozos de escuadra nos vieron mala cara y nos pararon cuando cogimos la furgoneta.
- Buenos días.
- Buenos días.
- ¿A qué vienen al aeropuerto?
- No venimos, nos vamos. Acabamos de volver de Praga.
- ¿Y a dónde van?
- A Pamplona.
Hay respuestas que no es conveniente dar a las fuerzas de seguridad, y menos si llevas una semana sin afeitarte, vas en una furgoneta repleta de bolsos y estás en un aeropuerto.
- DNI.
- Sí, por aquí está.
- Y el de los de atrás también.
En el asiento del copiloto no había nadie, porque el Capitán Cavernícola había ido a pagar el parking. Los coge, los mira, nos mira...
- ¿Has cometido alguna vez algún delito?
- No.
- ¿Seguro?
- No. Digo... sí, seguro.
Se asoma otra vez por la ventanilla y me mira. Ya ha olvidado definitivamente hablarnos de usted. Se ve que ha cogido confianza.
- ¿Y tu amigo el de atrás?
- Tampoco.
Me vuelve a mirar. A punto estoy de confesar que me bajo música y pelis con el emule y lo de las dos niñas que tengo encerradas en el corral del pueblo, pero me muerdo la lengua, me rehago y pongo cara de póker.
- Ábreme la parte de atrás.
Van atrás. Yo aprovecho para reirme un poco, ahora que no me ve. No mucho, porque pronto se acerca otro y vuelve a asomarse. Es lo que tienen las ventanillas tintadas, que provocan curiosidad. Al final parecen darse por satisfechos y nos dejan marchar. En cuanto los perdemos de vista, recogemos a los del parking y salimos de allí a cometer algún que otro delito al volante.

Por el camino tuvimos que parar a comer y me pedí una cerveza. Craso error: aunque no era de las malas me supo a rayos. Malísima. Y es que después de tanto día bebiendo buenos néctares, ninguna cerveza española es buena (y menos de lata).
Otra aportación española a la humanidad (y eso que no han probado la cerveza)

Llegamos a casa justo a tiempo para irnos de cena (ese fin de semana eran fiestas de Villava) y a mí seguían sabiéndome mal las cervezas del país. Y tampoco era cuestión de estar toda la noche pagando Urkel o Staropramen, que aquí valen un riñón. Como además hacía bastante frío, decidí pasarme a los cubatas de ron. Pero ni por ésas: aquello me sabía muy muy dulce. Hasta empalagoso. Así que ahí estuve toda la noche sin beber agusto y jodido de frío. Y lo peor de todo es que, acostumbrado a que no me entendieran, soltaba en voz alta mi opinión sobre las pintas, el pelo o las tetas de todo aquél que se cruzaba en mi camino. Por suerte, la mayoría estaban borrachos y no hubo una tragedia.
Y así terminó mi viaje cervecero. Otro año tengo que ir a Bélgica a visitar monasterios y tabernas que hagan cerveza de 13º. Y este 2009 es el 250 aniversario de la Guinness, buen momento para ir a Dublín a ver la fábrica: dicen que la que te dan allí (una pinta con la entrada de la visita) es la mejor que te puedes tomar en el mundo, porque la Guinness pierde propiedades al viajar y esa no ha viajado nada. Habrá que probar.

PD: en un par de semanas podía beber cerveza española y beber cubatas sin ningún problema, pero la primera noche fue muy dura.

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