El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

19.7.09

Agárralo como puedas

El pasado viernes me fui al pueblo a pasar el fin de semana. Ya sabéis: temperatura fresca, relax, la comida de la abuela, cervecitas con los colegas de allí... Justo lo que necesita un ser humano en cuanto termina San Fermín. En mi caso no era muy necesario porque no me desgasté mucho, pero bueno. Allí aparecí el viernes justo cuando iban a cenar (pisto de la abuela, slurp). Una vez satisfecho mi estómago me dispuse a ir a la sociedad a por las cervecitas y los colegas, a escuchar alguna historia sanferminera. Pero resultó que se avecinaba tormenta y hacía bastante frío. Yo, tan previsor como siempre, había ido con la ropa de verano, así que me tuve que poner lo primero que encontré: unos vaqueros viejos, desteñidos (originalmente eran negros y ahora están casi más cerca del blanco) y con algún roto y una camisa de esas de leñador que abriga bastante. Ojo, que mis primas pagan dinero por pantalones como esos, pero los míos están muy viejos.
Salí de casa y me encaminé a mi destino dando un paseo (la sociedad no está lejos y no me apetecía coger el coche). El primer tramo (unos 50 metros) es por la carretera y por allí iba cuando escuché un motor de Nissan Patrol. Pensé que sería uno de un pueblo cercano que suele venir de vez en cuando y miré varias veces hacia atrás hasta que entró a la luz y me fijé en que era verde y tenía pirulos en el techo. Como esa misma tarde había leído esto, inmediatamente adopté los andares de "a mí que me registren". Siguieron por la carretera, pero no mucho trozo. Otros 50 metros más adelante se cruzaron y comenzaron a dar la vuelta en una calle de entrada al pueblo. Yo aceleré un poco el paso hasta entrar por mi calle. Pensé en darme a la fuga, pero imaginé que a pie no podría ir muy lejos. Seguí mi camino -más rápido, eso sí- sin mirar atrás hasta que oí una bocina. Me volví, me puse la mano a modo de pantalla para evitar la luz de sus focos y calculé mis posibilidades si saltaba la tapia junto a la que estaba y huía por la huerta del alcalde. No es que tuviera nada que ocultar, pero las historias con persecuciones molan más.
Les esperé hasta que llegaron a mi altura. El copiloto abrió la puerta.
- Buenas noches -dijo mirándome de arriba abajo y deteniéndose en el agujero de mis pantalones.
- Buenas -contesté yo, mirándole con cara de no haber roto un plato en la vida.
- ¿Es usted de aquí? -preguntó mirando de refilón hacia la salida del pueblo, donde hay una casa de rehabilitación de adolescentes con problemas de drogas.
- Sí, de esa casa de ahí atrás -contesté señalando mi casa y halagado por que me viera tan joven.
- La blanca, ¿eh? ¿Y lleva encima el Documento de Identidad o algo?
- Er... no -dije, pensando en mis otros pantalones, los cortos, encima de la mesilla con mi cartera en un bolsillo- Es que sólo voy a la sociedad a echar un par de copas y no quería llevar tanto trasto encima para tan poco camino.
Lo del par de copas lo dije para parecer más mayor y más de pueblo, en lugar de un adolescente pastillero.
- ¿Hay una sociedad aquí?
- Sí, aquí arriba, junto a la iglesia -le expliqué. Estuve tentado de ofrecerles un par de cervezas, pero decidí no arriesgarme a que el intento de soborno colmara el vaso.
- ¿Y dice que vive en esa casa?
- Sí, sí, la Venta -es el nombre de mi casa.
- Y... ¿Qué pasa? ¿Que en la sociedad no se paga? Como no lleva cartera...
Pensé en decirle que la cosa funcionaba con sobres y que se paga todo a fin de mes pero me incliné por la verdad, aprovechando para contraatacar.
- Hombre, algo de dinero he cogido. Y, de todas formas, soy el Presidente. Si no pago hoy pagaré mañana: hay confianza -dije hinchando el pecho, tratando de pronunciar la P mayúscula y sonriendo.
- Mmmm. Todo bien, ¿no?
- Sí, sí -suspiré aliviado.
- Bueno, pues siga. Pero hay que salir de casa con el DNI, ¿eh?
- Sí, sí. Como iba sólo hasta ahí cerca...
- Buenas noches.
Y cerró la puerta. Yo hice un gesto con la cabeza y me fui de allí antes de que se arrepintieran. No se fueron hasta que giré la esquina y desaparecí de su vista.

Por un lado, no me sentó nada bien que me tomaran por un delincuente. Todavía peor, en la casa de los drogatas no hay nadie porque se quemó y están arreglándola, así que no podía haberme fugado de allí. Y, aunque realmente no tenía nada que ocultar (salvo la falta de documentación, cosa en la que ni siquiera había pensado), siempre te pone nervioso hablar con la autoridad.
Por otro, lo cierto es que yo también habría sospechado de un tío con mis pintas que caminara por una travesía desierta a las once de la noche mirando a los coches que pasan y que se mete en la calle cuando me ve. No es que esa noche durmiera más tranquilo, pero está bien saber que los guardias no se dedican sólo a pasearse por la carretera. Y tampoco puedo quejarme, pues hicieron la vista gorda con mi falta de identificación.
Además, me vino bien para poder aportar algo a las historietas sanfermineras de los demás. Alguno todavía está riéndose, y me temo que este episodio me perseguirá mucho tiempo.

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