El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

30.12.09

En el nombre del padre

A principios del siglo pasado, nació un niñito en mi pueblo. Bueno, nacieron muchos (mi abuelo, por ejemplo), pero para esta historia sólo nos interesa uno, que nació con problemas y por el que nadie daba una ochena (en aquellos tiempos un duro era una fortuna, así que no se daba uno por nadie). Desde luego nació en su casa y no en un hospital, lo que complicaba más aún su supervivencia.
En aquellos tiempos existía un lugar llamado limbo, que era a donde iban los bebés que morían antes de ser bautizados. No estaban tan mal como los condenados al infierno, pero tampoco tan bien como los premiados con el cielo, así que sus padres llamaron al cura. Hoy día quizá no se hubieran dado tanta prisa, pues la Iglesia no tiene muy claro que haya un limbo (nunca fue dogma de fe que lo hubiera) y deja una puerta abierta a la esperanza de la salvación de los bebés muertos. De hecho, hoy en día muy católico hay que ser para llamar a un cura y no a un médico -o a un abogado- pero, como digo, eran otros tiempos y, aunque aún no mandaba Franco, la gente se tomaba muy en serio esas cosas.
Como mi pueblo es bastante pequeño, calculo yo que el cura tardó entre cinco y diez minutos en coger su kit para emergencias teológicas y bajar a la casa a tiempo para bautizar al niño. Lo encontró con vida, lo remojó y le puso un nombre. Como era el día de la Asunción (si alguien creía que esta era una historia navideña se equivocaba: es el 15 de agosto, así que nada de nieve) y tenía prisa le puso por nombre Asunción.
Milagrosamente -esto no pretende ser un debate sobre creencias: que cada uno piense lo que más le guste-, el niño sobrevivió. ¡Y de qué manera! Yo lo conocí y pasó de los noventa años. Un poco más de lo que la gente esperaba, seguro. Pero, claro, tuvo que cargar con el nombre toda la vida. Y no es que Asunción fuera un nombre raro en aquel entonces, no: había montones de Asunciones. El problema es que todas eran mujeres.
A mí no me sonaba extraño, porque no conocí a ninguna Asunción y siempre lo vi normal. De hecho, cuando oía la canción esa del vino de Asunción (ni es blanco, ni es tinto ni tiene color) me imaginaba a un tipo poniendo vasos de agua tras la barra de un bar. Con el paso del tiempo, llegué a la conclusión de que sería un nombre de esos que sirven por igual para los dos sexos y provocan tronchantes consecuencias en las películas americanas.
Descubrí que no hace unas semanas, cenando en la sociedad del pueblo, cuando alguien preguntó y el hijo de Asunción contó esa curiosa historia. Iba a dejarla para después de Navidad, pero he pensado que mejor lo subo hoy y así aprovecho y felicito las fiestas a todos. Como regalo, para que no os quejéis, os dejo un video de un villancico. Hala, hala, todos a cantar.

Por cierto, mi propósito para el 2010 vuelve a ser actualizar esto más a menudo. A ver si este año lo cumplo de verdad (¿algún voluntario para apuntarme con una pistola una vez a la semana?). Feliz año y no os atragantéis con las uvas por mirar a Belén Esteban.

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