El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

22.3.07

Más de 300

Como habréis oido, en breve se estrena una película basada en un comic inspirado en la batalla de las Termópilas. Como ya sabemos lo que son las adaptaciones americanas, se me ha ocurrido contar un poco aquí el asunto. Y eso que el asunto fue ya bastante espectacular y épico de por sí y no les hará falta exagerarlo mucho. Veremos qué sale.

Esparta era una ciudad que vivía para la guerra: desde su fundación, se vieron achuchados por sus vecinos, así que desarrollaron la cultura militarista por antonomasia. Cuando la democracia surgía en el resto de Grecia, ellos seguían con su monarquía.
Todos los hombres eran guerreros: no es que sólo nacieran niños robustos y perfectos, sino que al resto los despeñaban en el cercano monte Teigeto. Los adecuados podían corretear libremente por la ciudad hasta los 6 años. Después, comenzaban su instrucción: 14 años entrenando (en condiciones espartanas, claro. Riete tú de los marines) y viviendo juntos, lo que creaba un fuerte vínculo entre ellos: cualquier espartano debía la vida a varios de sus compañeros.
Claro que había otros que vivían todavía peor: los espartanos tenían esclavos. Son los famosos ilotas (famosos por aparecer en la mayoría de los crucigramas de Ocón de Oro. Esclavos de los lacedemonios: Ilotas), que eran parte importante de la prueba de acceso al ejército espartano. Al cumplir los 20 años, los espartanos estaban listos para pasar a ser hoplitas, los guerreros más peligrosos de su tiempo. Antes, debían pasar una prueba: se soltaban un montón de ilotas (si escapaban podían ser libres) y los aspirantes tenían que cazarlos. Una vez muerto el ilota, ya había un hoplita más. Un hoplita estaba luchando entre los 20 y los 60 años, momento en que lo licenciaban y pasaba a ocuparse de la educación de los lobeznos. Antes, a los 30 años, se les permitía casarse para traer más guerreros a la ciudad. Las mujeres también eran educadas y entrenadas para traer niños robustos y fuertes al mundo: era frecuente que la madre que entregaba su escudo al hijo que partía a su primera batalla le dijera que volviera "con esto o sobre esto". Es decir, victorioso o muerto. Pero con honor.

Hacia el 481, el rey persa Jerjes había formado el ejército más numeroso de su tiempo (y de muchos otros tiempos): se habla de entre 250.000 y 2 millones de hombres -se ve que lo contaban los mismos que van a las manifestaciones a estimar el número de participantes- pertrechados para dominar el mundo. Entre ellos la guardia personal de Jerjes, los inmortales, así llamados porque cuando uno era abatido otro corría a reemplazarlo.
Los griegos lograron reunir un ejército de entre siete y diez mil hombres. A su mando pusieron a Leónidas, el rey de Esparta, que se dirigió al estrecho paso de las Termópilas, a 160 km de Atenas. Allí había sitios en los que la anchura no superaba los 15 metros, por lo que la superioridad numérica de los persas no iba a ser un problema para los espartanos, superiores hombre a hombre y con unas lanzas más largas.

Cuando llegó Jerjes, se los encontró peinándose y echándose aceites para la batalla (después de todo, aunque espartanos, eran griegos). Eso, para qué negarlo, le dio un poco de risa y ordenó el ataque. La risa le duró poco, pues los griegos eran superiores. El primer día tuvo que ordenar la retirada tras varias horas de infructuosa lucha. Lo mismo sucedió el segundo y tercer día, a pesar de enviar a sus fieles inmortales. Cuando ya estaba desesperado -más de 20.000 de sus soldados habían caido-, apareció en su campamento un traidor griego que le mostró un paso que rodeaba a los griegos por la montaña. Leónidas había dejado allí un pequeño contingente de focenses, pero los que no huyeron fueron masacrados.
Los griegos estaban rodeados y sin posibilidades de sobrevivir. Leónidas eligió a 300 hoplitas (procuró coger a quienes no dejaban mucha familia en casa) para retrasar a los persas allí. Junto a ellos, se quedaron también 700 tespianos y 400 tebanos: unos 1.400 en total contra innumerables persas. Jerjes no quería más bajas (bastante le habían dado ya) y, aunque le tenía ganas a Leónidas, le ofreció la rendición. Leónidas, por toda respuesta, lanzó un último ataque suicida. Fue de los primeros en caer, y los últimos espartanos murieron tratando de defender su cadáver. Sin embargo, el sacrificio dio sus frutos: habían retrasado y dañado bastante a los persas, que posteriormente tuvieron que retirarse de Grecia con el rabo entre las piernas.

En el año 146 antes de Cristo, una debilitada Esparta (la selección genética es lo que tiene. Quieras que no, la población va disminuyendo) caía en manos del todopoderoso imperio romano. Sin embargo, el espíritu de Leónidas y las Termópilas perdura en los griegos (hasta una Eurocopa ganó su selección, aunque eran muy malos). Y eso que perdieron la batalla.

Que nadie diga que le he jodido la peli, que éstos son datos conocidos.

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