En tierra cervecera II: Let it Be
Me desperté pronto, ya que la habitación no tenía persianas y entraba bastante luz. Estuve un rato tratando de averiguar qué hora era con el campanario ese de la noche anterior, pero me quedé igual. Eso sí, me fijé en que en las dos camas vacías había dos bultos. Uno de ellos, una china (o japonesa, no me fijé si llevaba cámara de fotos), se levantó bastante temprano y se largó. El otro era un montón de pelo rubio tumbado bocabajo que no se movió hasta que empezamos a despertarnos y meter ruido, por lo que no le quedó más remedio que levantarse también. Y era una alemana (bastante guapa, por cierto).
Tras desayunar, nos pusimos en marcha: pasando por el jardín botánico, nos paseamos por la orilla del Moldava y lo cruzamos en busca de una colina con una torre Eiffel en miniatura. Quienes subimos andando la colina sacamos el frío rápidamente. En la cima, había un laberinto de espejos al que entramos. Resultó un poco fraude, porque no era ni laberinto ni nada: sólo un pasillo con paredes y techo de espejos. No había forma de perderse por allí. Eso sí, los espejos deformantes que había al final estaban bien: no está de más saber qué pinta tendríamos con unos cuantos kilos/centímetros/ojos más (o menos). La pequeña torre Eiffel la construyeron para estar a la misma altura (contando la colina de debajo) que la de París, lo que significa que desde la punta puedes asomarte y, una vez que superas el hecho de que se esté moviendo, ver toda Praga desde el aire.
Tras bajar los escalones y la colina, estábamos otra vez junto al Moldava. En un mapa que mangué en el hostal aparecía algo llamado la pared de John Lennon que no estaba muy lejos, así que me empeñé en buscarlo. No lo encontré y nos fuimos a comer antes de que alguien me diera una patada. Con la tripa llena y los ánimos calmados, accedieron a dejarme un último intento de encontrar la pared. Con la promesa, eso sí, de que si era una mierda me darían una paliza. Esta vez hubo suerte y la pared apareció: era un muro con un busto de John Lennon en el que la gente hace pintadas que nadie borra. Había allí perlas de sabiduría, chistes, mensajes de paz y amor y luego lo que escribían los españoles y los italianos ("aquí estuvo Pepe", "pisa mierda"...). Yo también dejé mi mensajito, claro. Iba a poner una foto mía pintando, pero todavía estoy esperando a que me pasen el resto de imágenes, así que pongo la de una tía que no conozco.
De allí subimos hasta el castillo de Praga: vimos el cambio de guardia (siempre he pensado que ser uno de esos guardias tiene que ser el peor curro del mundo, aguantando impasible a miles de imbéciles que se sacan fotos, muertos de risa, junto a ti. A mí me expulsarían el primer día por dar un culatazo a alguien) y nos paseamos por los patios. Dejamos para otro día la visita al interior, ya que cerraban en poco tiempo, y nos fuimos a tomar una Guinness a un bar irlandés, que ya llevábamos un buen rato sin probar zumo de cebada.
Cruzamos el Moldava por el famoso puente de Carlos (hasta en pelis porno sale), lleno de estatuas y puestos de venta ambulante. Había allí un tipo que interpretaba a Dvorak con copas de agua que sonaban espectacularmente: no quiero ni pensar la de horas que habrá tenido que meter hasta lograr eso. Volvimos a pasar por el reloj y a intentar descifar el significado de sus esferas. Sin éxito, claro. ¿Quién va a pensar que da la hora babilónica?
Esa noche cenamos en el U Fleku, un bar que elabora su propia cerveza. Sin preguntar nada, nos pusieron allí unas jarras de su cerveza, que es realmente buena. Los camareros son, probablemente, los más bordes del mundo, pero vale la pena ir por probar la cerveza. También tenían un queso a la cerveza que a mí me encantó (aunque hay que decir que en esto hubo división de opiniones). Además, había un par de tíos tocando la acordeón y el trombón. Curiosamente, en la mesa que teníamos detrás había un grupo de murcianos y pronto todo el comedor supo que éramos españoles (sobre todo cuando los músicos tocaron Clavelitos). Eso sí, si alguna vez vais no se os ocurra beber unos chupitos que llevan a la mesa: aparte de inflar bastante la cuenta, son malísimos.
Tras la cena, las chicas se fueron a dormir y los chicos nos quedamos un rato de juerga. Estuvimos hablando con un alemán que prometió cortar el pelo del Capitán Cavernícola la próxima vez que lo vea. CC aceptó el reto, convencido de que no lo verá nunca. Lo que no sabe es que me cogí su número de teléfono para llamarle cuando viajemos a Alemania, jejeje. También entramos a un garito en el que, según la guía, se reunían todos los jevis y moteros de Chequia. Resultó ser un antro apestoso en el que ponían ese rap de gangsters negros. Tenía un futbolín, eso sí. Nos fuimos cuando un tipo cogió el micro y comenzó a cantar. Esa noche averiguamos que en el hostal cambiaban el código de las habitaciones todos los días: por suerte, las chicas habían hablado con la alemana de la habitación y nos habían enviado la nueva clave.
Nos fuimos a dormir sin que nos cundiera mucho la noche, pero pensando que la día siguiente salíamos para Munich y allí nos desquitaríamos.
Tras desayunar, nos pusimos en marcha: pasando por el jardín botánico, nos paseamos por la orilla del Moldava y lo cruzamos en busca de una colina con una torre Eiffel en miniatura. Quienes subimos andando la colina sacamos el frío rápidamente. En la cima, había un laberinto de espejos al que entramos. Resultó un poco fraude, porque no era ni laberinto ni nada: sólo un pasillo con paredes y techo de espejos. No había forma de perderse por allí. Eso sí, los espejos deformantes que había al final estaban bien: no está de más saber qué pinta tendríamos con unos cuantos kilos/centímetros/ojos más (o menos). La pequeña torre Eiffel la construyeron para estar a la misma altura (contando la colina de debajo) que la de París, lo que significa que desde la punta puedes asomarte y, una vez que superas el hecho de que se esté moviendo, ver toda Praga desde el aire.
Tras bajar los escalones y la colina, estábamos otra vez junto al Moldava. En un mapa que mangué en el hostal aparecía algo llamado la pared de John Lennon que no estaba muy lejos, así que me empeñé en buscarlo. No lo encontré y nos fuimos a comer antes de que alguien me diera una patada. Con la tripa llena y los ánimos calmados, accedieron a dejarme un último intento de encontrar la pared. Con la promesa, eso sí, de que si era una mierda me darían una paliza. Esta vez hubo suerte y la pared apareció: era un muro con un busto de John Lennon en el que la gente hace pintadas que nadie borra. Había allí perlas de sabiduría, chistes, mensajes de paz y amor y luego lo que escribían los españoles y los italianos ("aquí estuvo Pepe", "pisa mierda"...). Yo también dejé mi mensajito, claro. Iba a poner una foto mía pintando, pero todavía estoy esperando a que me pasen el resto de imágenes, así que pongo la de una tía que no conozco.
De allí subimos hasta el castillo de Praga: vimos el cambio de guardia (siempre he pensado que ser uno de esos guardias tiene que ser el peor curro del mundo, aguantando impasible a miles de imbéciles que se sacan fotos, muertos de risa, junto a ti. A mí me expulsarían el primer día por dar un culatazo a alguien) y nos paseamos por los patios. Dejamos para otro día la visita al interior, ya que cerraban en poco tiempo, y nos fuimos a tomar una Guinness a un bar irlandés, que ya llevábamos un buen rato sin probar zumo de cebada.
Cruzamos el Moldava por el famoso puente de Carlos (hasta en pelis porno sale), lleno de estatuas y puestos de venta ambulante. Había allí un tipo que interpretaba a Dvorak con copas de agua que sonaban espectacularmente: no quiero ni pensar la de horas que habrá tenido que meter hasta lograr eso. Volvimos a pasar por el reloj y a intentar descifar el significado de sus esferas. Sin éxito, claro. ¿Quién va a pensar que da la hora babilónica?
Esa noche cenamos en el U Fleku, un bar que elabora su propia cerveza. Sin preguntar nada, nos pusieron allí unas jarras de su cerveza, que es realmente buena. Los camareros son, probablemente, los más bordes del mundo, pero vale la pena ir por probar la cerveza. También tenían un queso a la cerveza que a mí me encantó (aunque hay que decir que en esto hubo división de opiniones). Además, había un par de tíos tocando la acordeón y el trombón. Curiosamente, en la mesa que teníamos detrás había un grupo de murcianos y pronto todo el comedor supo que éramos españoles (sobre todo cuando los músicos tocaron Clavelitos). Eso sí, si alguna vez vais no se os ocurra beber unos chupitos que llevan a la mesa: aparte de inflar bastante la cuenta, son malísimos.
Tras la cena, las chicas se fueron a dormir y los chicos nos quedamos un rato de juerga. Estuvimos hablando con un alemán que prometió cortar el pelo del Capitán Cavernícola la próxima vez que lo vea. CC aceptó el reto, convencido de que no lo verá nunca. Lo que no sabe es que me cogí su número de teléfono para llamarle cuando viajemos a Alemania, jejeje. También entramos a un garito en el que, según la guía, se reunían todos los jevis y moteros de Chequia. Resultó ser un antro apestoso en el que ponían ese rap de gangsters negros. Tenía un futbolín, eso sí. Nos fuimos cuando un tipo cogió el micro y comenzó a cantar. Esa noche averiguamos que en el hostal cambiaban el código de las habitaciones todos los días: por suerte, las chicas habían hablado con la alemana de la habitación y nos habían enviado la nueva clave.
Nos fuimos a dormir sin que nos cundiera mucho la noche, pero pensando que la día siguiente salíamos para Munich y allí nos desquitaríamos.
2 Comments:
Siendo quisquillosos, el río no es el Elba, Myrddyn, sino el Moldava, uno de sus afluentes.
Aunque eso sí, cualquier afluente de los que tienen estos cabrones es más caudaloso y ancho que nuestro Ebro.
A nosotros nos quedó el U Fleku por visitar, pero volveremos, a ponernos hasta el ojete.
Vaya, pues yo estaba convencido de que era el Elba. A ver si lo corrijo antes de que venga un geógrafo.
Publicar un comentario
<< Home