Day 1: Loser
6 de julio. Comienzo de las más famosas, increíbles y grandes fiestas del mundo, los Sanfermines. Me levanto a las 9. Llevaba despierto desde las 8, como los niños antes de una excursión. Una ducha y un afeitado rápidos (tampoco hace falta esmerarse mucho. Dentro de un rato no se va a notar...), me pongo mi uniforme blanco y rojo y me voy a almorzar. Huevos con jamón, patatas y tomate. Hay que acumular energías, porque probablemente no me acuerde de comer ni de cenar. Que no falte la sidra. Y un cubatica de postre. Ya son casi las doce. No llegamos al txupinazo, pero tampoco era esa nuestra intención. Eso es más para adolescentes y guiris, y ya no pertenezco a ninguna de las dos categorías. Aunque ya he visto un par de docenas, se me siguen poniendo los pelos de punta al contemplar el lanzamiento en la pantalla del bar y escucharlo en el cielo. Como decía Hemingway, estalla la fiesta. Apuramos el cubata y nos vamos al meollo. Empieza lo bueno: cerveza, guiris, besos, gente maja, abrazos, kalimotxo, empujones, duchas, viejos amigos, peñas, sombreros, sudor, pesados, ron, camareros, camisetas mojadas, sol, tetas húmedas, música en la calle... Y lo que me dejo. No se puede describir lo indescriptible, aunque muchos lo intentamos. Hay que vivirlo. Ups, ya son las siete de la tarde. Otro día 6 sin comer. Pero tampoco tengo hambre. Rechazamos una invitación a cenar que nos hace un primo mío. La caña de azúcar y la cebada también son alimentos y, además, es muy pronto.
Hasta ahí iba la cosa perfectamente: me estaba dosificando los cubatas como todo un profesional de esto, sin perder el punto pero sin pasarme de rosca y quedarme tirado. Hasta creo que había una muchacha interesada en conocerme mejor. A eso de las nueve salí del bar en el que estábamos para respirar un poco de aire semipuro. En la puerta, me encontré con un colega del pueblo, le di un par de patadas y estuve un buen rato hablando con él y quedando para algún día de estos. Me despedí con un amistoso codazo en las costillas y me volví para dentro. Me disponía a dar explicaciones del rato que me tiré afuera cuando descubrí que me había quedado sin voz. Así, de repente. De cien a cero en treinta segundos. Minutos después, todo había pasado de la perfección a la nada: dejé de beber para no engullir más cosas frías. Por suerte, eso no me devolvió la sobriedad en las siguientes horas. Pero tampoco mi voz. No es que sea muy hablador, pero sin poder articular palabra ya no soy nadie. La chica se aburrió de que no le dirigiera la palabra y se fue con sus amigas. Mis propios amigos empezaron a apalancarse (con la tontería llevábamos ya más de doce horas al pie del cañón) y a irse a su casa. Finalmente, sólo quedábamos 3: Lirón, Leena y yo. Y ellos también estaban un poco cansados y pensando en irse a casa. Yo tenía ganas de mambo y el cuerpo con fuerzas, pero mi voz seguía desaparecida. Si no fuera yo tan duro, me habría echado a llorar allí mismo. Decidimos que aquello ya no daba más de sí y que mañana (hoy) sería otro día. De camino a la villavesa, sin embargo, recordé que esa noche tocaban los Ramones en la plaza de los Fueros. No todos los Ramones, claro: Marky, que es el que queda. Me fui para allí, dispuesto a entrar hasta la primera fila y descargar gran parte de la mala leche que había ido acumulando en las últimas horas. Cuatro patadas en un concierto son la mejor terapia para la ira. Sin embargo, antes de eso tuve que protagonizar la conversación más estúpida de mi vida (y eso que sólo pronuncié siete palabras). Vi a las teloneras desde un lugar en le centro de la plaza y, en un alarde de civismo, me quité de la cabeza el sombrero de vaquero que llevaba, para dejar ver a los de detrás. Pasaron diez segundos hasta que alguien me lo volvió a poner en la cabeza. No hice caso y volví a quitármelo medio minuto después. Esta vez la mano sólo tardó cinco segundos en colocarlo en mi cabeza. Descubrí que la mano pertenecía a una jovenzuela que estaba allí con dos amigas y que intentó entablar una conversación. Yo emití un gruñido que sonó más o menos como "No puedo hablar", acompañándolo con un gesto de la mano.
- Que no puede hablar, dice. Jeje. -explicó a sus amigas.
Yo creía que se reía de mi desgracia, pero la realidad era que se pensó que era un guiri y trató de que le regalara el sombrero usando el peor spanglish jamás oído.
- Give me your... your... er... ¡¡¡Umbrella!!! -dijo tratando de quitármelo.
A esas alturas yo ya estaba flipando en colores y dedicándome a defender mi propiedad, lamentando no poder gritarles lo que estaba pensando ("Que soy de Villava, gilipollas." Yo es que soy así de fino con los desconocidos). La tía siguió pateando el idioma de Shakespeare:
- Dámelo, sí, que soy una beautiful girl. -insistia mientras yo trataba de hacer acopio de energía en la garganta para quitármelas de encima. Por algún oscuro motivo, mi cerebro creyó que sería mejor hablarles en inglés. Traté de decir "I can't talk" pero sólo emití un estertor incomprensible.
Ella seguía diciendo tonterías, a pesar de que yo ya había dejado de escuchar, ordenando a mi garganta que dijera sus cuatro últimas palabras de la noche. Llegó un momentó en el que sentí que iba a poder, por lo que puse mi mejor cara de Clint Eastwood -es más fácil si llevas un pañuelo al cuello y un sombrero en la cabeza- para gruñir, casi escupir, "I don't think so, grñiktx." Lo último quería ser un "bitch", pero resultó algo sólo parecido a un sonido humano. De todos modos, se dio por enterada (supongo que el gesto ayudó lo suyo. Gracias, Clint) porque dijo que se fueran, que no les iba a dar el sombrero.
Justo a tiempo, porque ya hacía su aparición la momia de Marky Ramone. Me dirigí a las primeras filas a desquitarme de semejante fracaso de noche a base de codazos y pisotones. Los punkis agradecen esas cosas, que dan ambientillo a los conciertos. Yo también recibí: me aplastaron las costillas contra la valla tratando de ocupar mi sitio. Aún así, la mayor putada era no poder corear las canciones. Entre canción y canción, Marky usaba siempre la misma fórmula: "Thank you very much. This one is called... [insertar aquí el título del tema]", para empezar a meter ruido inmediatamente. En uno de los bises nos recomendó encarecidamente que nos emborracháramos esa noche, a pesar de que nadie allí estaba sereno. Probablemente, las chicas del sombrero le entendieron que iba a llover o algo así, dado su nivel de inglés. Seguro que se fueron a comprar un paraguas a algún puesto ambulante.
Acabado el concierto me dirigí a mi casa comprobando si tenía todos los huesos en su sitio y pensando que probablemente no haya nada más triste que quedarse afónico en Pamplona un 6 de julio. Lo único peor que se me ocurre es estar de vacaciones en Salou esos días. Lo que más me deprimía era contemplar a algunos de los que me acompañaban en el viaje, con aspecto de volver de la guerra y de no querer continuar de fiesta ni un minuto más, mientras yo estaba pletórico (interiormente: seguro que mi aspecto no era mucho mejor) y con ganas pero callado.
Llegué a mi cama a eso de las tres de la mañana, con la pena de no poder ver el amanecer. Para más INRI, a eso de las diez mi cuerpo ha decidido que ya había dormido bastante y he tenido que levantarme. Mi voz está más o menos recuperada, pero habrá que ver cuánto tiempo aguanta de la segunda noche.
Hasta ahí iba la cosa perfectamente: me estaba dosificando los cubatas como todo un profesional de esto, sin perder el punto pero sin pasarme de rosca y quedarme tirado. Hasta creo que había una muchacha interesada en conocerme mejor. A eso de las nueve salí del bar en el que estábamos para respirar un poco de aire semipuro. En la puerta, me encontré con un colega del pueblo, le di un par de patadas y estuve un buen rato hablando con él y quedando para algún día de estos. Me despedí con un amistoso codazo en las costillas y me volví para dentro. Me disponía a dar explicaciones del rato que me tiré afuera cuando descubrí que me había quedado sin voz. Así, de repente. De cien a cero en treinta segundos. Minutos después, todo había pasado de la perfección a la nada: dejé de beber para no engullir más cosas frías. Por suerte, eso no me devolvió la sobriedad en las siguientes horas. Pero tampoco mi voz. No es que sea muy hablador, pero sin poder articular palabra ya no soy nadie. La chica se aburrió de que no le dirigiera la palabra y se fue con sus amigas. Mis propios amigos empezaron a apalancarse (con la tontería llevábamos ya más de doce horas al pie del cañón) y a irse a su casa. Finalmente, sólo quedábamos 3: Lirón, Leena y yo. Y ellos también estaban un poco cansados y pensando en irse a casa. Yo tenía ganas de mambo y el cuerpo con fuerzas, pero mi voz seguía desaparecida. Si no fuera yo tan duro, me habría echado a llorar allí mismo. Decidimos que aquello ya no daba más de sí y que mañana (hoy) sería otro día. De camino a la villavesa, sin embargo, recordé que esa noche tocaban los Ramones en la plaza de los Fueros. No todos los Ramones, claro: Marky, que es el que queda. Me fui para allí, dispuesto a entrar hasta la primera fila y descargar gran parte de la mala leche que había ido acumulando en las últimas horas. Cuatro patadas en un concierto son la mejor terapia para la ira. Sin embargo, antes de eso tuve que protagonizar la conversación más estúpida de mi vida (y eso que sólo pronuncié siete palabras). Vi a las teloneras desde un lugar en le centro de la plaza y, en un alarde de civismo, me quité de la cabeza el sombrero de vaquero que llevaba, para dejar ver a los de detrás. Pasaron diez segundos hasta que alguien me lo volvió a poner en la cabeza. No hice caso y volví a quitármelo medio minuto después. Esta vez la mano sólo tardó cinco segundos en colocarlo en mi cabeza. Descubrí que la mano pertenecía a una jovenzuela que estaba allí con dos amigas y que intentó entablar una conversación. Yo emití un gruñido que sonó más o menos como "No puedo hablar", acompañándolo con un gesto de la mano.
- Que no puede hablar, dice. Jeje. -explicó a sus amigas.
Yo creía que se reía de mi desgracia, pero la realidad era que se pensó que era un guiri y trató de que le regalara el sombrero usando el peor spanglish jamás oído.
- Give me your... your... er... ¡¡¡Umbrella!!! -dijo tratando de quitármelo.
A esas alturas yo ya estaba flipando en colores y dedicándome a defender mi propiedad, lamentando no poder gritarles lo que estaba pensando ("Que soy de Villava, gilipollas." Yo es que soy así de fino con los desconocidos). La tía siguió pateando el idioma de Shakespeare:
- Dámelo, sí, que soy una beautiful girl. -insistia mientras yo trataba de hacer acopio de energía en la garganta para quitármelas de encima. Por algún oscuro motivo, mi cerebro creyó que sería mejor hablarles en inglés. Traté de decir "I can't talk" pero sólo emití un estertor incomprensible.
Ella seguía diciendo tonterías, a pesar de que yo ya había dejado de escuchar, ordenando a mi garganta que dijera sus cuatro últimas palabras de la noche. Llegó un momentó en el que sentí que iba a poder, por lo que puse mi mejor cara de Clint Eastwood -es más fácil si llevas un pañuelo al cuello y un sombrero en la cabeza- para gruñir, casi escupir, "I don't think so, grñiktx." Lo último quería ser un "bitch", pero resultó algo sólo parecido a un sonido humano. De todos modos, se dio por enterada (supongo que el gesto ayudó lo suyo. Gracias, Clint) porque dijo que se fueran, que no les iba a dar el sombrero.
Justo a tiempo, porque ya hacía su aparición la momia de Marky Ramone. Me dirigí a las primeras filas a desquitarme de semejante fracaso de noche a base de codazos y pisotones. Los punkis agradecen esas cosas, que dan ambientillo a los conciertos. Yo también recibí: me aplastaron las costillas contra la valla tratando de ocupar mi sitio. Aún así, la mayor putada era no poder corear las canciones. Entre canción y canción, Marky usaba siempre la misma fórmula: "Thank you very much. This one is called... [insertar aquí el título del tema]", para empezar a meter ruido inmediatamente. En uno de los bises nos recomendó encarecidamente que nos emborracháramos esa noche, a pesar de que nadie allí estaba sereno. Probablemente, las chicas del sombrero le entendieron que iba a llover o algo así, dado su nivel de inglés. Seguro que se fueron a comprar un paraguas a algún puesto ambulante.
Acabado el concierto me dirigí a mi casa comprobando si tenía todos los huesos en su sitio y pensando que probablemente no haya nada más triste que quedarse afónico en Pamplona un 6 de julio. Lo único peor que se me ocurre es estar de vacaciones en Salou esos días. Lo que más me deprimía era contemplar a algunos de los que me acompañaban en el viaje, con aspecto de volver de la guerra y de no querer continuar de fiesta ni un minuto más, mientras yo estaba pletórico (interiormente: seguro que mi aspecto no era mucho mejor) y con ganas pero callado.
Llegué a mi cama a eso de las tres de la mañana, con la pena de no poder ver el amanecer. Para más INRI, a eso de las diez mi cuerpo ha decidido que ya había dormido bastante y he tenido que levantarme. Mi voz está más o menos recuperada, pero habrá que ver cuánto tiempo aguanta de la segunda noche.
Etiquetas: Historias
5 Comments:
Me he reido mucho con tu aventura sanferminera. Gracias.
Y días y días de nada más. O fue a peor la enfermedad, o sigues de Sanfermines... espero que sea lo segundo. Un año sin tus crónicas ha sido un año de Sanfermines raros.
La verdad es que pensaba escribir una crónica por día (si no no hubiera titulado la primera día 1), pero después me di cuenta de que no todos los días tuvieron miga suficiente. Me estoy haciendo viejo.
Eso sí, que sepáis que para el día 7 mi voz había vuelto casi a su ser y no volvió a jugármela en todas las fiestas. De hecho, estuve a punto de lograr un pleno, pues salí de juerga todos los días excepto el viernes. Y porque el sábado tenía una boda (de la que me escapé a Pamplona en cuanto pude).
Lo peor que hice fue ver un concierto de Georgie Damm (el Dios del verano) sin estar borracho y pasármelo como un enano. Es más, nunca había bailado tanto sin beber en mi vida. Pero claro, es tan vergonzoso que sólo me atrevo a ponerlo en los comentarios.
Jur, yo había llegado a pensar que te había pasado algo, en serio! Que te lo diga Sergio! Lo de tanto tiempo sin postear es normal en tí, pero en Sanfermines? :P
Yo también estaba en modo paranoico. Que te lo diga Sergio también. Sergio es el receptáculo de los miedos y las paranoias. Le saca rentabilidad a su inmensa capacidad anal, el jodío. Ja ja, jodío, ji ji.
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