La canción de Albión
Hace dos fines de semana fui a Londres con el Capitán Cavernícola. Íbamos a la casa que uno de su pueblo ocupa mientras hace las prácticas y habíamos quedado allí con otros dos químicos locos amigos suyos que están trabajando en el extranjero. Es lo que tiene vivir desperdigados por el mundo, que si quieres quedar para tomar una cerveza tiene que ser en Londres y no en el bar de abajo.
Allí estaba yo, en el aeropuerto de Bilbao, sin haber dormido nada (el avión salía a las 10 y yo curraba de noche, así que nos fuimos directos al Botxo sin pasar por la casilla de la cama) y esperando a que nos abrieran la puerta de embarque, mientras ojeaba un periódico que había comprado allí mismo. En el avión sí que me dormí y, además, me cundió el doble porque en Londres es una hora menos.
En el aeropuerto inglés nos esperaba el primer químico loco, que llegó del pueblo alemán en el que más tías buenas -o eso me dijeron- hay. No, no recuerdo el nombre de semejante paraíso (creo que empezaba por M). Como era un vuelo barato, cogimos un tren hasta Londres y en la estación nos esperaban Anfitrión y su novia, que también había ido de visita pero unos días antes. Nos fuimos directamente a ver el Big Ben y la abadía de Westminster -aunque no entramos en ninguno de los dos-, comimos en un McDonalds (pronto intuímos que la comida inglesa no era muy recomendable) y nos fuimos a una cervecería a esperar al otro químico. Curiosamente, mientras nosotros bebíamos Guinness, vimos a un inglés tomándose una San Miguel y, supongo, habiéndola pagado a precio de importación. Recogimos al otro químico loco, que había llegado desde Nottingham, y nos dirigimos a casa de Anfitrión (por suerte, la suya tenía algunos trozos pintados de verdes, porque era igual a todas las demás) a dejar el equipaje y, en mi caso, dormir unos minutos. Cuando desperté, la casa estaba llena de gente: dos de los compañeros de Anfitrión y algún vecino. Los vecinos se fueron y nos fuimos preparando para la primera noche londinense. Anfitrión 2 se apuntó a la fiesta, pero Anfitrión 3 se iba a España al día siguiente, así que se quedó allí con una botella de patxarán que les habíamos llevado.
En el viaje en metro hasta Picadilly descubrí dos cosas importantes. La primera, que los ingleses son muy amables y educados: le pegué un codazo en la cabeza a una vieja y me pidió disculpas por darme un cabezazo en el codo; la segunda, que Bisbal protagoniza un musical titulado Joseph y el asombroso abrigo tecnicolor. Como una mariposa ante una luz brillante, no podía dejar de mirar el cartel cada vez que lo encontraba en las escaleras mecánicas: sabía que mi salud mental corría peligro, pero era superior a mí.
En la primera cervecería de la noche descubrimos otras dos cosas: una, que existe una cerveza verde (no es que fuera de esas con sabor a manzana o mierdas. Ésta era una cerveza de verdad, pero verde); la otra, un mapa de cervecerías de Londres, en el que además se indicaban varias rutas diferentes que había que completar para conseguir una camiseta conmemorativa de tal hazaña. Antes de decidirnos por cenar una pizza, revisamos todos y cada uno de los locales gastronómicos que hay en el Soho (y son unos cuantos), por lo que apenas tuvimos tiempo de tomar otra pinta -esta vez fue una Leffe de color normal- antes de ponernos a buscar un club que aguantara más tiempo abierto. Estos ingleses se van muy pronto a dormir.
Al día siguiente, visitamos el mercado de Portobello (famoso porque aparece en La bruja novata), con cantidad de antigüedades y cosas curiosas -además de fruta-. Y enorme también. Toda la mañana allí y nos volvimos sin llegar al final. Corriendo, cogimos el metro para ir al British Museum (que en castellano significa museo del expolio), lleno de tesoros egipcios, griegos y demás. Desgraciadamente, tuvimos que verlo en 26 minutos exactamente, porque cerraban, así que vimos la piedra Rosetta, un trozo del Partenón y poco más. Me quedé sin ver la calavera de cristal que tienen, pero al menos era gratis.
Una pequeña muestra de lo que vimos allí
Por la noche, retomamos la ruta de las cervecerías y cuando sonó la campana volvimos al mismo club del día anterior. Durante esas horas, vimos a un nutrido grupo de Hare Krishna cantando y bailando, un Party-bus (de esos de dos pisos, pero lleno de borrachos cantando y bailando -canciones diferentes a la de los Hare Krishna-), un camión de bomberos usado para una despedida de soltera, un tío que sólo sabía bailar el robocop, una curiosa bronca (curiosa porque los seguratas les avisaron de que dejaran de pegarse y, cuando retomaron la pelea un ratico después, los echaron de verdad) y una vieja asaltacunas que logró su objetivo con un borracho solitario.
Esa noche no teníamos con nosotros a ninguno de los Anfitriones, así que tuvimos alguna que otra dificultad para regresar a casa: primero teníamos que encontrar la parada de nuestro autobús, acertando la acera para que no nos llevara en dirección contraria. En la siguiente parada subió un grupito compuesto por Dolly Parton, Amy Whinehouse, Steve O y otro tipejo que no se tenía en pie, cosa que nos despistó lo suficiente como para no saber dónde estábamos. Preguntamos cuánto faltaba para nuestra parada y nos dijeron que looooong way. Efectivamente, dos paradas después preguntamos a un negro y nos dijo que era ésa. Nos bajamos con él y rápidamente nos pidió tabaco, por lo que creímos que nos había hecho bajar por esa razón, así que fuimos siguiendo al autobús. Sin embargo, pronto nos encontramos con un parque de atracciones que recordábamos y dejamos de despotricar contra el negro. Quedaba, sin embargo, encontrar la casa verde. Por el camino, un moro nos pidió dinero para pan (qué degenerado. Si fuera para cerveza...). Continuamos por la calle principal hasta llegar a una iglesia que ni era verde ni habíamos visto nunca, así que supusimos que nos habíamos pasado nuestra calle. Volvimos atrás y entramos por la que más nos sonaba, buscando un cartel de una inmobiliaria llamada Cousins junto a la que había un Alfa Romeo tapado con una manta. Cuando los vimos, sabiendo que ésa era la calle, nos pusimos a buscar la casa verde. Sin embargo, llegamos al final de la calle y todas las casas eran blancas. Creyendo que Anfitrión la había pintado de blanco para gastarnos una broma, dimos media vuelta. Y sí, allí estaba la casa verde, justo frente al cartel de Cousins y el coche. Íbamos tan obsesionados con encontrar el cartel que no vimos la casa (qué primos) a su derecha.
Al día siguiente quedamos en la catedral de San Paul. Entramos y estaban en misa (cosa que explicaba el concierto de campanas que escuchamos mientras desayunábamos). No me quedó claro si eran protestantes o católicos pero, en cualquier caso, el coro era espectacular, con órgano y todo. Impresionante. Nos fuimos antes de ponernos a cantar y nos dirigimos a algo llamado Monument que, curiosamente, era un monumento. No sé qué conmemoraba porque estaba en obras y sólo vi andamios, pero allí estaba. Nos dimos un paseo por los alrededores de la torre de Londres (que, por cierto, no es una torre) y el puente del mismo nombre hasta llegar al metro que nos dejó en Candem Town. Candem Town es otro mercadillo: en este caso viene a ser el de los jipis que hay en cualquier ciudad, pero con trescientos cuarenta mil novecientos treinta y cuatro puestos (aproximadamente). Es fácil encontrar (a distintos precios) cualquier cosa: ropa, discos, baratijas, recuerdos, comida, droga, tatuadores, perros, peluches, sombreros, películas, pitonisas, carteles, pinturas... Todo lo que se te ocurra, vamos. Más difícil es encontrar la salida una vez has entrado hasta el centro. Allí nos perdimos el resto del día, hasta que al químico alemán le llegó la hora de partir. Le acompañamos un rato en el metro y nos volvimos a casa, pues Osasuna estaba a punto de jugarse el ser o no ser. Al final, teníamos tiempo de sobra porque aplazaron una hora el partido, así que lo vimos tranquilamente por internet en una tele china (también vimos allí el nuevo anuncio de Nike, que luego supe que ha dirigido Guy Ritchie). Nuestros anfitriones suelen ir a un bar cercano en el que ponen fútbol español, pero ese día sólo echaban el del Madrid, así que tuvimos que verlo en chino. En el descanso, el químico de Nottingham se fue a su autobús, lo que le salvó de nuestras burlas cuando se consumó el descenso del Zaragoza, su equipo. Y así, entre alegrías, terminó el día.
La última mañana la pasamos en el Museo de Historia Natural, lleno de huesos de dinosaurios y varias calaveras de nuestros ancestros (incluida la de Lucy). Como se lo preguntaba la semana pasada diré a David que había un dinosaurio -el parasaulorophus- que no rugía ni piaba, sino que tenía una trompeta en la cabeza. Junto al esqueleto de su cabeza había un botón que se podía pulsar para ver cómo sonaba y parecía un cuerno de caza.
Es curioso lo de los museos ingleses: además de ser gratis, se pueden tocar fósiles, huesos y demás (no todos, claro) y hay bastantes curiosidades para interactuar como el botón de la trompeta. Esas dos cosas son impensables en España, donde para acceder a la cultura hay que ir con dinero y sin manos (y aún así no es fácil). Lo de la interactividad suena aquí a ciencia ficción, desde luego. Así, mientras allí había muchos niños flipando ante el rugiente muñeco de un Tiranosaurio, aquí los museos están generalmente vacíos. Años luz.
Nos fuimos paseando por Hyde Park, enorme parque lleno de ardillas, cuervos y otros bichos. Está allí el memorial de Lady Di, junto al que pasamos sin detenernos pues nuestra meta era la estatua de Peter Pan y los niños perdidos, que finalmente encontramos. Y ese fue el final del viaje. De ahí, correr a por las maletas, al tren y al avión (donde pude comprobar que los franceses son bastante menos educados que los ingleses).
Sólo me queda saludar a los químicos y agradecer a los anfitriones que nos aguantaran esos días: gracias, chicos y chica. Nos vemos cuando podamos.
Etiquetas: Historias
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