El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

12.11.07

El día del pis

No pensaba escribir nada hoy, pero acabo de leer la revisión médica que pasó el amigo David y, como la respuesta me estaba quedando muy larga, la he transformado en una entrada completa aquí mismo, para todos vosotros. Como una secuela, vamos (precuela, en realidad, porque mi revisión fue hace quince días). Pero con algo más de calidad que las hollywoodienses, espero.

La cosa es que ese lunes trabajaba de mañana y ya dejé preparado el vasito de plástico la noche anterior. A eso de las cinco de la mañana uno no es precisamente Robin hood, pero no tuve muchos problemas para llenar el vaso (más por la cantidad que por la puntería). Para evitar rechazo social y salpicaduras, a mí me dieron un tubito de ensayo -que debía etiquetar convenientemente- en el que poner a buen recaudo mis desechos. Lo llené, lo tapé y, como tenía que ir en ayunas, me senté a ver la tele mientras se me hacía la hora de salir. A esas horas de la mañana hay en Antena 3 un programa de conciertos en el que lo mismo puedes ver a una pianista clásica que a un cantaor que a un grupo jevi. No es que a esas horas importe, claro, porque lo único que intento es no quedarme dormido. Pero pronto el tubito empezó a molestarme en la mano y me lo metí al bolsillo. Minutos después empecé a notar un agradable calorcillo en la pierna izquierda. Tardé un tiempo en recordar lo que tenía en ese bolsillo, pero ya era demasiado tarde: el tubo estaba vacío. "Vaya cierre hermético de los huevos", pensé antes de cambiarme de pantalones, buscar el vasito de plástico en la papelera y correr al coche.
En la fábrica mentí (lo de mearse en los pantalones sigue estando mal visto en esta hipócrita sociedad) diciendo que estaba tan dormido que me olvidé de mear en el bote. Los médicos no llegaban hasta las ocho y, mientras mis compañeros se dedicaban a despotricar porque estaban en ayunas y eso no se le hace a una persona adulta, yo me dedicaba a beberme una botella de agua para rellenar el tubo. Entre eso, dejar un grifo abierto y hacer psss-psss con la lengua, logré lo suficiente para salir del paso (aunque se veía, por el color, que no era la primera micción de la mañana).
Allí estábamos todos, esperando al chupasangres en fila para poder desayunar cuanto antes. Mientras esperaba, con el tubo en la mano para evitar otra desgracia, contemplaba mis brazos para ver cuál tenía las venas más a la vista. Cuando me tocó entregué rápidamente la mercancía. Había alli dos personas: una enfermera y un médico. La enfermera era guapa y estaba embarazada, lo que le daba ese resplandor que hace que no puedas negarle ningún antojo. Lo único que quería era mi sangre, así que coloqué mi brazo derecho en posición con una sonrisa, mientras el doctor Fred me preguntaba mi nombre y mi DNI. A la enfermera no pareció gustarle mi brazo derecho, así que lo cambió por el izquierdo. Iba a decirle que no era buena idea, que aún iba a andar peor, cuando soltó de sopetón: "¡Huy! ¡Qué pequeña la tienes!" Por suerte, no había nadie más allí ni -espero- escuchando tras la puerta. Me vino a la cabeza una parte de mi cuerpo con venas más gruesas, pero decidí no indicárselo pues no suele ser bueno poner de mala uva a alguien con una aguja en la mano. Aun sin ver nada, me la clavó. Miré, pero allí no corría la sangre. Empezó a remover la aguja. "Pues está escondida, chico." "Claro", pensé yo, "si no la has pillado a traición con el primer disparo, no va a ser tan tonta de asomarse en pleno tiroteo." Siguió removiendo las entrañas de mi codo, mientras fingía preocuparse por mí. "¿Estás bien?¿Te mareas?" "Mmmm... Todavía no...", balbuceé mientras pensaba en agarrar la goma esa y apretármela yo mismo con los dientes para ver si salía la fugitiva. Ella tuvo la feliz idea de que abriera y cerrara el puño para que se marcara más. Lo hice y, no sólo no se marcó, sino que empecé a notar la punta de la aguja en mi interior. Y dejad que os diga que no es una sensación nada agradable. "Nada, que no hay forma", seguía diciendo ella mientras yo suspiraba y miraba hacia la pared. Finalmente, supongo que por eliminación -ya no le quedaría ningún sitio en el que poner la punta de la aguja- acertó con la vena y empezó a desangrarme. Cuando recogió todo lo que quería, me dio un algodón y me dijo "Aprieta fuerte, que si no te saldrá un moratón." Lo que apreté fuerte fueron los dientes para no decirle lo que estaba pensando de su hijo, pues no es de buena educación insultar a un niño que aún no ha nacido.
Blasfemando en arameo salí de allí y me dirigí a desayunar, cosa que me animó un poco. Tras el desayuno, llegué a la siguiente fase: peso y ojos. Entré y allí estaba la doctora Mengele, que ya no me parecía tan guapa como al principio. Me subí a la báscula y, mirando el moratón de mi brazo, anotó el peso y me dijo que había adelgazado del año pasado a este. "Sí", pensé, "ahora intenta quedar bien, la maldita. Sabe que la ha cagado." Después venía lo de los ojos: miedo me daba, pues esa tía podía dejarme tuerto sin inmutarse. Vi bien las letras y llegó el test del daltonismo. Empecé a decir números cuando, con voz nerviosa, gritó "¡Para, para! ¿Cuántos círculos ves?" Yo, entrando en pánico, miré con atención y dije que ocho. "¿Ocho? Pero si sólo hay seis. Ya creía yo que te inventabas los números. Tienes que cerrar un ojo." Le pregunté si para lo de las letras también tenía que haber tenido uno de los dos cerrados y no me contestó. Eso sí, al acabar intentó arreglarlo: "Tranquilo, que ves muy bien." Yo no entendía cómo podía ver bien si al principio la había visto guapa a ella y ahora me parecía cada vez más monstruosa, pero no se lo dije y me fui con un cortante adiós.
El doctor Fred resultó mejor, excepto porque me obligó a desnudarme

de cintura para arriba y me palpó, me auscultó y me miró los oídos. No me hizo ningún daño ni me dio ningún susto, pero me alegré de volver a mi puesto de trabajo, lejos de batas blancas y agujas.No, no me parezco a Bernard

Hoy, precisamente, han llegado los resultados. La orina estaba limpia (casi demasiado. Seguro que sospechan por culpa del agua que bebí) y la sangre también (desde luego, le dio tiempo a eliminar cualquier substancia extraña que pudiera contener). Vais a tener que aguantarme bastante tiempo más, pues estoy sano como una manzana sin gusanos. Eso sí, el dolor en el brazo me duró un rato y el moratón unos días.

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3 Comments:

Blogger david said...

Además de copiota... ¡¡¡te measte en los pantaloooneees, te measte en los pantaloooneees!!!, ¡ja ja ja! ¡Hábil!

Endevé... mucho mejor mi peripecia. Con sexo y todo.

Bueno, casi. O en mi cabeza. Pero vamos, con más sexo.

Y yo con lo de las jeringuillas tengo más suerte, la muchacha tiquismiquis me la ha sacado en un plis, a la primera y sin aspavientos por parte de nadie. Claro que los había gastado todos cuando yo me preparaba para hacerle un homenaje a la peli de Coktail con los dichosos frasquitos...

04:27  
Blogger Myrddyn said...

Sexo no hubo, pero me jodió bien la tía.
Y la culpa de la meada fue del frasco, que tendría que ser más difícil de abrir. Seguro que se les abren tapas continuamente y tienen que reponer el contenido con vete a saber qué líquidos.

22:45  
Anonymous Anónimo said...

No sabía lo de tu orina en los pantalones!!!!!!!!!!!!
Tengo que leer más a menudo tu blog Myrddyn!! je,je,je

Happy fiestas y eso!

10:34  

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