El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

Mi foto
Nombre:
Lugar: Villava, Navarra, Spain

9.10.08

En tierra cervecera I: el golem

Bueno, ya he vuelto vivo de la Oktoberfest, así que lo justo es que ahora os vaya soltando un rollo de todo el viaje. En realidad volví el sábado pasado, pero tenía que poner en orden mis notas, mis pensamientos y mi percepción de la realidad (aquí el sistema social no se basa en la cerveza), así que hasta hoy no he podido empezar. Ahí va el primer día:

Tras pasar la noche en el aeropuerto de Barcelona, subimos al avión que nos llevaría a Praga. Lo primero que deseaba contemplar eran los Alpes, ya que teníamos que sobrevolarlos, pero o bien la cantidad de algodonosas nubes que había me taparon la vista o me despisté leyendo mi libro y no me enteré. Por lo demás, llegamos a la ciudad de Kafka sin más contratiempo que algún arañazo de un niño que andaba correteando por el pasillo. Sin mostrar identificación alguna, nos adentramos en la capital de la República Checa, en busca de nuestro hostal.
Las calles de Praga parecen sacadas de una vieja película de espías en plena guerra fría. Por unos instantes, creí ver a un tipo con sombrero observándonos, pero fue una falsa alarma: pronto siguió leyendo su periódico mientras caminaba detrás de nosotros. La puerta del hostal daba mala espina: parecía a punto de salirse de sus goznes, gemía y era bastante baja. Sin embargo, la recepcionista que nos recibió no sólo no era baja ni gemía sino que era muy guapa y simpática. Nos instaló en una habitación a los 6 (después de que nos cargáramos el código de la cerradura a base de introducirlo mal un número de veces no inferior a 14. El número 8231 era, pero no le dábamos a la estrella después) y nos dio las típicas instrucciones: no arméis jaleo, no os metáis en la cama de otros, no corráis desnudos por el jardín, el desayuno se sirve a las 8... Lo típico.

Como, entre pitos y flautas, ya era media tarde, nos fuimos a comer a una pizzería cercana. Allí descubrimos varias cosas:
- Aunque vayas a comer, lo primero que te preguntan es cuántas cervezas quieres beber. La medida mínima es la jarra de medio litro de Staropramen o Pilsner Urquel y viene a costar como una caña asquerosa en un bar español.
- La gente de Praga es simpática y la mayoría hablan inglés, lo cual es muy de agradecer por que el checo es bastante raro, todo lleno de consonantes. Fijaos que para decir sí dicen "no". Eso me hizo más simpático a los ojos de mis compañeros, ya que siempre contesto que no cuando me piden algo.
- Una de nuestras compañeras de viaje confesó que no le gusta la cerveza, por lo que allí mismo comenzó su calvario particular. Seguro que los alemanes tienen un nombre para una persona que va a la fiesta de la cerveza y no le gusta el dorado elemento: oktoberfestenkokakolatrinker o algo así. Para abreviar, la llamaré OKT. Durante todo el viaje tuvo que aguantar mis burlas al respecto, claro. Aunque eso debieron habérselo avisado antes de salir de Pamplona.
Una vez saciada nuestra hambre y nuestra sed, nos fuimos en busca de la estación de trenes, a coger los billetes para Munich. Ya sabéis que las estaciones de tren suelen estar en la parte más sórdida de la ciudad. Pues la de Praga está junto al museo nacional y la Ópera (ese día estaban representando Tosca), cosa que no la convierte en una excepción: para llegar hay que atravesar unos sórdidos pasos subterráneos y la estación tiene pinta de estar permanentemente en obras. Allí cogimos los billetes mientras un gitano borracho trataba de colarse musitando alguna excusa en checo. Tuvo la desgracia de colarse en la ventanilla en la que nosotros estábamos y le tocó esperar más tiempo que si hubiera esperado su turno en cualquier otra, pero se salió con la suya.
Ya con los billetes, nos metimos en la zona turística, en busca de un reloj a cuyo constructor quemaron los ojos para que no pudiera hacer nada parecido. O eso decía la guía. A pesar de tener tres mapas distintos, pronto estuvimos dando vueltas en círculo (alrededor de la bonita torre de la pólvora). Preguntamos a una amable checa que nos acompañó hasta la plaza en cuestión -aunque no se dirigía allí-. El reloj era bonito, aunque enigmático: no marcaba la hora sino el signo del zodiaco, las estaciones del año y alguna otra cosa que no alcancé a comprender. A mi vuelta he leído que indica la posición y el movimiento de los cuerpos celestes con relación a Praga, además de la hora babilónica (sea lo que sea eso). Otras esferas normales dan la hora, pero no llaman tanto la atención. Desde luego, es el lugar más visitado de Praga: siempre hay gente sacando fotos a las esferas o esperando a que llegue la hora de que el mecanismo se ponga en marcha y la muerte toque la campana mientras los apóstoles se asoman por las ventanas.
Con tanta vuelta, se hizo la hora de cenar y nos fuimos a un sitio en el que, según una guía, la cena se acompañaba de folklore checo. No encontramos ningún folklore, pero si unas raciones enormes: dos jarras de cerveza necesité para terminar algo llamado "felicidad ahumada". Ya con el estómago (muy) lleno, volvimos paseando hasta el hostal. Lo mejor de Praga es que, aunque hay metro, tranvías y autobuses, se puede recorrer paseando. Se debe, diría yo, pues cualquier calle es un hervidero de gente y en cada esquina puedes encontrar un rincón encantador, un acogedor bar en el que tomar otra cerveza o un golem. Lástima que hacía bastante frío.

En el hostal, nos fuimos rápidamente a la cama. Yo, que no tengo reloj, oía un campanario de vez en cuando, pero también debía de marcar la hora babilónica, porque lo mismo le daba tocar tres campanadas que quince. Y además tenía dos tonos distintos, por lo que me dormí sin saber a qué hora (quizá eran las 13,4 en Babilonia).

Etiquetas: ,

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

El reloj del ayuntamiento de la plaza de la Ciudad Vieja no siempre está rodeado de turistas. Sergio y yo hemos pasado por la plaza de la Ciudad Vieja a las 8 de la mañana y por allí sólo andaban los pobres praguenses camino de su lugar de trabajo. Y la ciudad vacía gana muchísimo.

Ay, qué recuerdos, esas Urquell de medio litro a 1 euro... Hay sitios que no sólo te preguntan antes de pedir lo que vas a comer, sino que te lo preguntan según entras por la puerta! Recuerdo un bar al lado del castillo, llenito de lugareños, en el cual un simpático cámarero según nos vio entrar hizo una V con el dedo índice y el corazón y según nos sentamos en la mesa dejó delante de nosotros dos Urquell de medio litro. Qué recuerdos... qué ganas de volver a Praga...

Respecto a los simpáticos praguenses, doy fe, son encantadores, salvo los funcionarios, en particular los del metro, que son igual de bordes que en todos sitios.

20:08  
Blogger Myrddyn said...

Es que a ver qué turista en su sano juicio se levanta a las 8 de la mañana. Sólo los enfermos como vosotros.

18:21  

Publicar un comentario

<< Home