El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

5.6.06

Giro de italia IX: dentro del laberinto

El sábado cogimos otro tren (y van...) para abandonar Bolonia en dirección a Venecia. Nuestros vecinos de viaje eran una francesa y un italiano. Hablaban una mezcla de inglés, italiano y latín. Desde luego, él intentaba ligar con ella -aunque sin éxito, creo-.
Llegamos a Venecia y nos dispusimos s buscar alojamiento. El primer sitio en el que preguntamos nos asustó: no sólo era muy probable que no hubiera plazas en ninguna parte, sino que si las había nos iba a costar un ojo de la cara. Optamos por una solución drástica y nos fuimos a un pueblo cernaco, Mestre, a ver si había más suerte. Llovía a cántaros y estuvimos toda la mañana pateándonos el pueblo con las mochilas y remojados. Sin suerte. Ya nos veíamos durmiendo en el suelo cuando encontramos una pensión con una habitación libre (y baratilla). Con la tontería ya habíamos perdido toda la mañana, así que comimos en el mismo Mestre, en un sitio elegantillo. Fue la mejor comida del viaje, claro. Hasta hablamos con el cocinero, que salió a desirnos cuánto iba a tardar en hacer uno de los platos de pasta. Era el típico cocinero italiano, con gorro y grandes bigotes.
Con la tripa llena, volvimos a Venecia, que es un laberinto de calles, canales, callejuelas y puentes. Por cualquier sitio encuentras callejas retorcidas que pueden llegar a tu destino, al mar, a un canal o, directamente, a un muro. Hay carteles con flechas para llegar a la plaza de San Marcos, pero eso no evitó que nos perdiéramos unas cuantas veces en el camino. Y lo peor es que todo el mundo suele ir buscando lo mismo y, si ven a alguien con cara decidida, todos le siguen como si supiera el camino. Por suerte, no se lo toman mal cuando les guías a un callejón sin salida o das vueltas en círculos en un mismo punto. Allí parecíamos todos lemmings, andando unos detrás de otros sin saber muy bien a dónde. Al menos, había dejado de llover y no nos estábamos mojando.
Tras bastante rato dando vueltas, encontramos la extraordinaria plaza de San Marcos. Desgraciadamente, está llena de palomas que se suben encima de las niñas que les dan maíz y eso afea bastante la cosa, pero pude soportar las náuseas y disfrutar de las hermosas vistas. Como nota curiosa, todas las cafeterías tienen en las terrazas una banda de música que ameniza el café. Claro que, como el café cuesta un riñón y parte del otro, la gente se dedica a escuchar la música desde el centro de la plaza, que es más barato.
Los canales (que, por cierto, no olían mal en esas fechas) están llenos de góndolas con gondoleros con camisetas a rayas buscando clientes para dar paseos. Ah, no es cierto que vayan cantando O sole mio mientras pasean, aunque muchos si que llevan el gorrito con cinta.
Estuvimos toda la tarde paseándonos por las callejuelas venecianas: vimos el puente de los Suspiros, que no se llama así porque suspiren enamorados, sino porque por allí llevaban a los condenados a muerte, que se quejaban al pasar. También pasamos por la iglesia-biblioteca de Indiana Jones y la última cruzada. Como es el año de Verdi, había conciertos programados para esa noche en varios lugares distintos.
Al anochecer cenamos unas pizzas enormes y nos dedicamos a sacar fotos nocturnas hasta que nos aburrimos de andar. De nuevo, nos perdimos cuando volvíamos a la estación.

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