El holandés errante
Como llevo un par de semanas más o menos viviendo en mi pueblo no me veis mucho por aquí, así que hoy copio y pego un cuentecillo: la idea se me ocurrió en Italia y lo escribí a la vuelta, en un momento. No es muy bueno, pero es corto y no os hará perder mucho tiempo.
Llevaba una semana en Venecia y estaba desesperado porque no encontraba el camino. Todo por no seguir los carteles.
El primer día lo hizo: llegaba a su destino, pero con la sensación de que daba miles de vueltas. Lo había intentado por otros medios, claro, pero ninguno funcionaba: el segundo día probó con miguitas de pan, pero las jodidas palomas de San Marcos parecían tener un radar incorporado y no dejaron ni una. El tercer día pensó en las piedras, pero pesaban mucho y acabaron en el fondo del canal. El cuarto y el quinto día comprobó que su memoria fotográfica no era tan buena como creía. El sexto siguió a un tipo que parecía saber a dónde iba: y lo sabía, pero iba a su casa en la otra punta de Venecia. Iba a tener que andar más que todos los días anteriores juntos. Decidió dejarse de experimentos cuando, en un bonito callejón lleno de hiedra y flores colgantes, se cruzó con un extraño hombre disfrazado de Casanova. Tenía el disfraz completo: máscara blanca, túnica negra y sombrero de tres picos. Tenía un papel en la mano y cuando lo vio le preguntó si sabía llegar a la dirección allí apuntada: Cannaregio nº 5628. Tiene gracia que me preguntes, le dijo, porque estoy volviendo sobre mis pasos. He ido en dirección contraria y mi hotel está en la otra punta.
-¡Maldita ciudad!-gruñó Casanova- No voy a llegar a mi cita.
Le explicó, desesperado, que había ligado con una mujer cuyas curvas le marearon. No sabía decirle si era guapa o no, pues no ella también llevaba una máscara y no se la había quitado en toda la noche, pero le había apuntado su dirección y lo estaba esperando en su hogar para intimar un poco más. Eso había sido el día anterior y desde entonces seguía buscando la calle.
Le dio un poco de lástima y se propuso ayudarle. Dieron unas cuantas vueltas sin éxito y, al pasar frente a la estación, Casanova dijo que estaba harto de buscar y que se iba a su casa en Mestre.
-Sin embargo, como me has ayudado, te voy a dejar mi disfraz y el papel con la dirección de la dama de la máscara. Ella tampoco me vio la cara, así que si la encuentras te hará un cuerpo nuevo. Y créeme: merece la pena.
Se la describió con tal profusión de detalles que despertó su lujuria y aceptó la propuesta. Le dio un par de euros para que cogiera el tren, se puso la máscara, la túnica y el sombrero y se guardó el papel en el bolsillo, dispuesto a encontrar a la diosa de las curvas. Primero preguntó por el barrio de Cannaregio. Una vez allí, se puso a buscar el número 5628. Sabía que no iba a ser fácil, pues la numeración de las calles de Venecia no tiene mucho sentido y podía estar en cualquier lado. Una hora después, ni siquiera había encontrado el 5000, a pesar de preguntar a algún vecino. Siguió dando vueltas hasta que se dio cuenta de que ya era muy tarde. De todos modos, no tenía ganas de volver a su hotel: aún tenía en mente las curvas que le esperaban en el 5628. Dio vueltas toda la noche. Amaneció y seguía buscando. Al fin y al cabo, pensó, está esperando a Casanova y aunque llegue a la mañana siguiente no le importará. Seguro que el tío ese le impactó mucho a ella también. Espero que la su cara merezca la pena tanto como sus curvas.
Llegó la hora de comer, pero no tenía apetito: sólo pensaba en la dama que lo estaba esperando. Desayunaré después, se dijo con una sonrisa que nadie pudo ver tras la máscara. Anduvo toda la tarde: preguntó pero nadie supo decirle dónde estaba el 5628. Pues yo no me rindo, se animó. Le diré que había entendido que nuestra cita era hoy. Seguro que se lo cree. Si está tan salida para quedar con un enmascarado...
Anocheció y llegó la hora de cenar. Empezaba a cansarse. Iba a preguntar a unos niños por la dirección, pero huyeron nada más verle. Lo mismo hizo un anciano. No me extraña, se dijo. Con estas pintas...
Empezó a preguntarse por qué Casanova y la dama llevaban máscara si no eran carnavales (de hecho, era julio). Es más, ¿para qué me la he puesto yo? Podría haber ido hasta la casa y ponerme todo allí. Tiró el papel con la dirección y se puso a buscar carteles para volver a su hotel. No vio ninguno y metió la mano al bolsillo para coger su movil y llamar para que le ayudaran. En su lugar, encontró un papel. Lo desenvolvió y vio lo que allí había escrito: Cannaregio nº 5628. Al comprenderlo todo, rompió a llorar sentado en un portal.
La gente pasaba corriendo a su lado. Al rato se levantó, miró el papel y se fue calle arriba. Al fin y al cabo, pensó Casanova, me está esperando y no le importará que llegue con un par de horas de retraso. No podía quitarse de la cabeza las curvas de la enmascarada que se había ligado esa tarde.
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