El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

1.4.07

Latidos, mordiscos y patadas en los hocicos

En esto del consumo de música el camino suele ser parecido para todos. La primera música que oyes suele ser la que te ponen otros. En mi caso, me harté de oir en el coche de mis padres a Teresa Rabal, el padre Abraham y los pitufos (algún día tengo que investigar a fondo a ese Abraham, que siempre me dio mala espina), jotas y rancheras. Cuando comienzas a ir al colegio, en todas las clases hay algún gurú que tiene cintas propias y las va pasando por todas las manos. Es cuando descubres que hay otro tipo de música que no va dirigida a niños ni a viejos: empiezas a hacer algo de caso a los programas musicales de la tele y encuentras todo un mundo por explorar.
Es entonces cuando escuchas una canción que te llega muy adentro y decides comprarte el disco (probablemente gastándote todos tus ahorros) y llevar la cinta a clase para intercambiarlo con los demás, que más o menos han hecho lo mismo que tú. Pronto tienes un cajón lleno de cintas con los títulos escritos a boli (y eso que no habías pagado un canon por los cintas vírgenes ni el boli) y vas sabiendo qué es lo que te gusta y lo que odias con todas tus fuerzas. Con el paso del tiempo te vas especializando en tu estilo preferido y conociendo sus grupos punteros -cosa que normalmente te reafirma en tu elección-.
Te vas haciendo viejo, descubres esto de internet y te sientes como Alí Baba cuando entró en la cueva de los 40 ladrones. Creías ser un experto en lo tuyo, pero resulta que sólo conoces una ínfima parte de los buenos artistas (y no digamos ya de los malos). Llegados a este punto puedes hacer dos cosas: estancarte y dedicarte a tus grupos preferidos o seguir investigando y encontrarte con una discoteca y un disco duro sobrealimentados (aunque esta vez sí que has pagado un canon). En cualquier caso, te olvidas de aquellas primeras cintas que te dejo tu compañero de clase hace 20 años o incluso crees que ya no te gusta, pues lo tienes muy superado.
Pero hete aquí que llega Barricada y cumple 25 años en acción. Como dice el Drogas, vivir de la música es difícil pero vivir del rock es un milagro. Y más si eres un grupo de la Txantrea, el barrio conflictivo de Pamplona. Desde luego, por su cara bonita no ha sido (perdón por el chiste malo). Una carrera con altibajos, pero siempre han estado ahí. En mi caso, no tengo ni un sólo disco original suyo. De hecho, sólo tengo uno grabado -y puede que aquella vieja cinta de hace 20 años, no sé-. Es más, nunca he pagado por verlos en directo. Los he visto un montón de veces pero todas gratis. En bares, en Sanfermines, en pueblos... Siempre por la patilla: supongo que es lo bueno de que sean de aquí. Seguro que en Boston verán a los Dropkick Murphy's cualquier día en bares como Cheers. A pesar de eso, sus canciones siempre han estado ahí: las tocan las orquestas, las ponen en los bares, en la radio, a veces hasta en la tele... Así que la típica excusa de "sólo tengo un disco" no sirve para no ir al concierto de aniversario. Para empezar, porque es en el pabellón Induráin -sigue dando alegrías después de retirarse, el hombre-, a tres minutos andando desde mi casa. Para seguir porque puede ser un momento histórico, y para terminar porque se lo merecen. Pago gustoso los 15 euros que cuesta (ni Zapatero habría adivinado un precio tan bajo). Las entradas se agotan en días y deciden hacer otro concierto al día siguiente en el mismo lugar: también se agotan. La banda promete sorpresas y darlo todo. Cuando les preguntan si se ven como los Rolling cuando cumplan 60, contestan que ellos se ven mejor, ya que no se suben a palmeras. El día anterior hay un homenaje también en Villava: montones de grupos navarros haciendo versiones de los Barri durante tres horas: buen aperitivo. Ellos están allí y sortean una guitarra que no me toca. Se les nota ilusionado con la cita.
Y llega el día (fue el viernes 30). Y tengo que cambiar el turno porque el concierto empieza a las nueve de la noche y no hay teloneros ni nada. Y he dormido unas cuatro horas antes de ir (no por los nervios, sino porque madrugué). Y llueve a cántaros, como el resto de la semana. Y aquello está a reventar. Hace un calor de muerte. Las barras están siempre llenas. Me cuesta dios y ayuda conseguir el primer katxi de cerveza (al menos está a un buen precio). Estoy viejo para esto, pienso. Me arrepiento en cuanto los Barri saltan al escenario.No es un montaje espectacular pero no les hace falta. Son una banda de directo y lo demuestran. En la segunda canción, Esta es una noche de Rock&Roll, ya tienen a todo el pabellón entregado. Sonido impecable y, sobre todo, mucha energía. Casi sin darme cuenta, me dirijo a las primeras filas y veo allí el resto del concierto. Voy a la barra y aún tardo más que antes en pedir. El calor hace estragos. Se van cuando llevaban dos horas y media. La gente pide más. Vuelven y tocan varias piezas en acústico (como apareció en su último disco, Latidos y mordiscos), con coros y un saxo. Me voy al baño y El pan de los ángeles me pilla meando. Maldita sea, es de mis favoritas. La cerveza no fue la mejor elección para un concierto tan largo.
Las fotos las saqué con el móvil, así que tampoco están tan mal.



Siguen un rato con su acústico. El ambiente se calma, pero sólo es el reposo del guerrero. Vuelven a enchufarse para la recta final: en total tocan 53 canciones. ¡53! Tres horas y cincuenta minutos de concierto. Dos simples divisiones nos dicen que sale a 21 centimos cada canción y a 7 centimos cada minuto de música. Ramoncín, que por cierto produjo el primer disco de los Barri, debe estar revolviéndose en su tumba.
Y el final, apoteósico. No hay tregua fue coreada por todas las gargantas allí reunidas -hasta Txipirón, que suele ver los conciertos sentadico en las gradas, estaba allí cantando en la primera fila-, todos entre los 14 y los 55 años (más o menos). Y la última, En blanco y negro, otro de sus himnos. Todo el mundo saltó al ritmo del baile salvaje: allí hubo latidos, mordiscos, patadas (gracias, NewRock), pisotones, empujones, caídas y todo lo que suele haber en esos casos. La gente no parecía llevar tres horas y media allí de pie. Hasta Mojino, que suele ver los conciertos desde la barra, estaba allí pegándose con los quinceañeros.Y es que esa es la clave del asunto, que todo el mundo parecía tener 15 años allí. Al parecer, las canciones del Drogas y compañía rejuvenecen a quien las escucha. Eso explica por qué ellos aguantan igual o mejor que hace 25 años, por qué Mojino y yo saltábamos y nos pegábamos como quinceañeros, por qué Txipirón cantaba como un descosido, por qué todo el mundo disfrutó como un enano, por qué me compré una camiseta y por qué la juerga siguió hasta que el sol nos dijo que era de día, por qué han puesto un video de este concierto junto a la palabra Rock en el diccionario... Y por qué al día siguiente ocurrió tres cuartos de lo mismo. O eso supongo, ya que no fui.
Por si no os habéis enterado, la gira continúa por varias ciudades españolas (habrá que ver si todos los conciertos duran 4 horas, pero bueno). Si alguna vez os ha gustado Barricada no debéis perderos el que más cerca os pille. Sobre todo si estáis enfermos, viejos o cansados, pues es la cura perfecta (esto no hay astenia primaveral que lo resista: desaparecerá con los primeros acordes. Garantizado). Incluso si pensáis que ya no os gusta su música, que estaba bien cuando erais jóvenes y no teníais un gusto tan refinado, pues estáis equivocados. Garantizado también. Sólo con escribirlo, ya siento renacer en mi interior energías hace tiempo olvidadas.

¡Zorionak, Barricada! Y gracias. No sólo por el viernes, sino por los últimos 25 años. Gracias.

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