El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

23.1.07

Sádicos

Siempre he pensado que los dentistas son sádicos: infligen dolor a unas víctimas que no pueden quejarse porque tienen la boca llena. Pero, a diferencia de los de látigo, cuero y antifaz, éstos no sólo no están mal vistos sino que además cobran por hacer sufrir al personal. Y lo malo es que nadie se libra de esa tortura: todo el mundo acude, antes o después, a un dentista. ¿Será la nuestra una sociedad masoquista?
En fin, que ayer me tocó visita. Tenía un gran agujero en una muela y elegí el mal menor (la otra opción era taparlo con pegamento Imedio). Sin embargo, mi dentista puso cara de médico ante un cáncer terminal y comentó, como quien no quiere la cosa, que a mi muela no le quedaba mucho. Me la reconstruyó con una especie de cemento -tampoco era tan mala idea lo del pegamento, después de todo- y me dijo que intentara disfrutar de ella durante el tiempo que iba a estar conmigo. Paradójicamente, fue la vez (sin contar limpiezas y así) que menos daño físico me hizo un sacamuelas. Y eso que no me puso anestesia. Pero lo peor de todo, lo que hizo que se me erizaran los pelos de la nuca, fue que no me cobró nada. Un dentista que no cobra: debe de ser una de las siete señales del apocalipsis. Me recordó al juez que, en Jóvenes pistoleros condena a Billy el Niño y su banda con las palabras "Serán colgados del cuello hasta su muerte, muerte, muerte." Lo malo es que mi muela no va a poder escapar como Billy, aunque no será por no intentarlo, que conste.
Quede pues esta entrada como homenaje en vida a mi muela nº 3, con la que tantas buenas comidas he compartido. Siempre te recordaré, amiga.

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17.1.07

Colega, ¿dónde está mi coche?

Sucedió en Nochevieja. No a mí sino a mi tío Animal, pero algo tenía que contar para actualizar esto. Resulta que su hija (mi prima) llegó a casa a la hora de la cena y fue a aparcar su coche en el garaje. En su plaza, se encontró con una sorpresa: ya había un coche ocupándola. Llamó a Animal para ver qué pasaba pero él no sabía nada. Llamaron a los municipales y éstos le dijeron que lo único que podían hacer era averiguar a quién pertenecía el vehículo. Al parecer, no pueden entrar con la grúa a espacios privados. El coche estaba a nombre de una empresa, así que Animal se quedó como estaba y su hija tuvo que irse a aparcar bastante lejos de allí (tanto que volvió en taxi a casa). Llegaron a dos conclusiones: una, que el coche sería de alguien que estaba en el cotillón de un hotel cercano (es el que ocupa el Madrid cuando visita el Sadar). Dos, que no podía irse de rositas. Animal tiene un amigo que conduce una grúa y pensó en llamarle para que sacara el coche de allí y lo pusiera en un sitio de minusválidos. Allí sí que actuarían los municipales. Lógicamente, su amigo no estaba trabajando en tan señalada noche, así que se conformaron con deshincharle las ruedas (sólo dos: que no se diga que no tuvieron espíritu navideño) antes de, por fin, subir a cenar.
La tarde siguiente el coche ya no estaba allí y parecía que todo había terminado, pero el día 2 se encontraron un anónimo en el parabrisas del coche. Iba dirigido a mi tío (con nombre, apellidos, dirección y teléfono) y en él el propietario del coche okupa decía no tener culpa de que su hija fuera tonta (sic) y aparcara donde no debía. En unas cuantas líneas, explicaba el significado de la palara civismo y lamentaba que le hubieran tirado los tapones de las ruedas por el suelo en lugar de volver a colocarlos en las deshinchadas ruedas. También, no sé a cuento de qué, contaba cómo en ese barrio todo el mundo le conoce (aunque, por lo visto, nadie sabe cuál es su coche) y que nunca olvidará el número 177 -la plaza en la que aparcó su hija- porque en ese mismo número de habitación había nacido su primer nieto en esas fechas.
Para que luego digan que no existe la casualidad. Si al menos hubiera sido el día de los inocentes...

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