El ojo vago

Dale fuego a un hombre y estará caliente un día, pero préndele fuego y estará caliente el resto de su vida. Terry Pratchett

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Lugar: Villava, Navarra, Spain

30.5.06

Giro de Italia VIII: vinagre pasado por agua

Viernes. Octavo día de viaje y el más lluvioso. Salimos muy de mañana hacia Módena, la ciudad con el mejor vinagre del mundo. Pero no íbamos alli por eso (o no sólo por eso): nada más llegar nos encaminamos a la estación de autobuses, donde cogimos uno hasta Maranello, la ciudad de los Ferraris. Y aquí sí que veníamos por eso: entramos directamente al museo, llenico de Ferraris de todas las épocas y tamaños. Tranquilos, que no voy a empezar a describir cada coche. Sólo diré que había muchísimos y, como curiosidad, que había uno con dos motores -y dos cuentarevoluciones-. Nos pasamos allí toda la mañana: viendo coches, oyendo coches (estaban probando un fórmula 1 en un circuitillo que tienen allí) y charlando con un argentino que nos informó de que el probador era Massa (creo recordar) y de que no podíamos entrar al vircuito a mirar. Una pena.
Queríamos comer en Módena, pero es una ciudad menos turística y para las dos estaba casi todo cerrado, así que nos tuvimos que conformar con un bocadillo en un bareto cercano a la Catedral (que también tiene una torre torcida, por cierto: no sé yo si me fiaría mucho de un arquitecto italiano, visto lo visto).
Ya por la tarde, y de vuelta en Bolonia, descubrimos que los porches son un gran invento: puedes pasear por toda la ciudad sin apenas mojarte, a pesar del aguacero. Entramos en una tiendecilla llena de cosas. Y cuando digo llena, me refiero a que no cabía nada más: era chiquitica pero en cada centímetro (excepto los imprescindibles para que los clientes curiosearan y la dueña atendiera) había embutidos, vinagre, aceite, vino, pasta, queso y otras delicias toscanas. Daban ganas de empezar a hincar el diente a todo. Y el olor... Mmmmm... Y la dueña era lo mejor: la típica anciana entrañable con el típico gorro estrafalario -sólo podría llevarlo en esa tienda-. Además, muy amable: aunque sólo hablaba italiano, creo que fue la persona que mejor comprendimos en todo el viaje. Nos estuvo enseñando los diferentes tipos de vinagres, para qué servía cada uno... Un encanto de mujer.
De allí nos encaminamos a la zona universitaria, a los pub con happy hour. Curiosamente, todas las cervezas costaban lo mismo (fuera Guinness, Erdinger o Nostro Azzurro -la San Miguel italiana-), así que nos decidimos por la vitamina G. En uno de los pubs apareció un tío flipao que se metió a la barra y abrió una botella con los dientes, ante el estupor de las camareras y nuestra indiferencia. Supongo que lo hizo para nosotros, porque éramos los únicos clientes y las camareras ya lo conocían, así que no le hicimos ni caso.
Como el día anterior, se nos echó el tiempo encima y tuvimos que volver al albergue. Esta vez sabíamos que un autobús -el 21- llegaba hasta la puerta, pero debe de ser un autobús fantasma porque no lo encontramos en ninguna parada. Como el día anterior, tuvimos que coger el que nos dejaba lejos y andar hasta nuestras camas. por suerte, había dejado de llover.

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22.5.06

hay k votar a ls jevis en eurovsn. pasalo

Pues sí. Finlandia presentó a unos orcos al Festival de los frikis y resulta que ganaron. No sólo eso, si no que fue la mayor diferencia de los últimos años. Ni en mis mejores predicciones me esperaba yo algo así: pensaba que podrían quedar bien, pero ganar... Se ve que los mensajes a móviles, que tan de moda están ahora para todo -botellones, manifas...- corrieron entre los guerreros del metal europeos, que votaron en masa (como los jubilados de los Simpson). De todos modos, ¡bien por Lordi!
Y España, como siempre: en el puesto 21 -cuarto por la cola-, honroso porque Francia quedó en el 22 (la verdad es que su representante era una petarda). Y es importante quedar por encima de los gabachos, aunque sea gracias a los 12 puntos asegurados mientras Andorra entre en la votación. No sólo los países del Este se votan entre ellos.
Seguro que algún lector estará pensando que, como ganó lordi, me apunto al caballo ganador y hablo de Eurovisión: pues no. Me lo trago todos los años (si no tengo algo mejor que hacer), pues es una importante fábrica de tipejos extraños, horterismo, frikis y tías buenas. De hecho, si hubiera tenido cobertura, este año habría votado. Como sé que habrá quien no se crea nada de esto, voy a demostrarlo copiando aquí lo que anoté en mi fiel libreta mientras iba viendo las actuaciones.
La cosa empezó bien con una ceremonia de apertura hortera incluso para Eurovisión: una tía chillona llevaba la voz cantante mientras un montón de bailarinas disfrazadas de dioses mitológicos (o animales, que no estaba muy claro) danzaban en el escenario. Al acabar la música, descendieron del cielo los presentadores, que dijeron estar encantados de organizar aquello porque Grecia es la tierra en la que nació el teatro. Buena excusa. Pero vamos con los participantes más destacados:
- Moldavia: curiosamente, la otra canción con palabras en castellano. Seguramente, dado el alto nivel de los representantes españoles en el concurso, decidieron meter palabras (boca, loca, poco... Les faltaba moco) para dar más glamour a su canción. A eso le sumamos que la cantante tenía unas tetas muy bonitas y un rapero negro con gafas de sol y en patinete, y podemos explicar su 20º puesto (uno por encima de España).
- Israel: para innovar, presentaron al Coro de Gospel de la Iglesia de Wisconsin -por lo menos-. Aunque cantaban en hebreo, el clásico antiamericanismo europeo les condenó al puesto 23, peor incluso que Francia.
- Letonia: un sexteto vocal. Mientras unos hacían ruidos con la boca, los demás cantaban una canción correcta. Lo mejor era un muñeco que tenían con ellos y bailaba y agitaba el brazo. Era una especie de robot-marioneta que lo mismo se movía solo que manejado por ellos. Puesto 16.
- España: normalmente, para triunfar en Eurovisión hacen falta un estribillo pegadizo, una puesta en escena espectacular y un vestuario sugerente (si los intérpretes son mujeres, como se supone que era nuestro caso). Las Ketchup no sólo no cumplían ninguno de los requisitos -el peor vestuario desde que Ágata Ruiz de la Prada vistió a aquella pobre que se quedó última- sino que encima desafinaron. Tendría que haber ido el Koala (o los Golden Apple Quartet, como Letonia). A pesar de ello, había unos enajenados entre el público que no paraban de agitar una bandera española y gritar. Lo que hacen las drogas.
- Alemania: como Israel, decidieron innovar. Y, como a Israel, les salió mal la jugada (aunque quedaron bastante más arriba, eso sí). Éstos llevaron a un grupo de country, un decorado a base de cactus y un vestuario a base de sombreros vaqueros que la cantante echó a perder: decía que iba a salir como Dolly Parton pero era más fea, las tetas más pequeñas y bailaba casi sin moverse.
- Rusia: si el intérprete es hombre, no hace falta que se vista sugerentemente; basta con que enseñe brazos o pecho y que no sea muy feo. Es el caso del ruso que, aunque se parecía a Poli Díaz, iba con una camiseta de tirantes y vaqueros. A eso le sumamos una canción con cierto sentido del ritmo y una bailarina que salía de un piano, pues ya tenemos una canción con posibilidades (segundos se quedaron, aunque a mucha distancia).
- Rumanía: al parecer, el tío había estudiado matemáticas (no me quedó claro si terminó los estudios o no) antes de meterse a cantante. Una canción muy discotequera y con buena coreografía. Menos mal que él era bastante feo y sólo quedaron cuartos. Con suerte, no tendremos que aguantarlos cuando salgamos de juerga -aunque no lo descarto, ya que los doce puntos de España fueron a sus manos-.
- ¿Qué se puede esperar de alguien que adopta como nombre artístico Hari Mata Hari? Cualquier cosa. En este caso, el bosnio nos obsequió con una balada. La más moñas del festival: incluso sus músicos estaban dormidos detrás, cosa facilitada por la iluminación, que eran un montón de estrellas. El cantante perdía más aceite que la furgoneta de Locomía, cosa que siempre da puntos, y se quedaron los terceros.
- Lituania: un grupo compuesto por famosos lituanos. Un presentador de TV, un cantante, dos componentes de un grupo... La melodía del estribillo sonaba a canción para niños y la letra era la continua repetición de la frase "We Are The Winners", a grito pelado -incluso con un megáfono- y con un calvo que bailaba como poseído. Un grupo de chiflados, pero una canción muy divertida. A pesar de que todos iban de traje y corbata (y eso va contra el espíritu del festival) acabaron en quinto lugar. Grandes.
- Finlandia presentó a Lordi. Supongo que todos los habréis visto ya, pero iban maquillados de orcos, zombis, klingons... Curiosamente, su elección levantó polemica en su país y la TV finlandesa no quiso pagarles la pirotecnia, por lo que hicieron una cuota entre sus seguidores, que pagaron religiosamente (si es que esa palabra se puede aplicar a ese grupo). La puesta en escena más espectacular, desde luego. A eso le sumamos que eran de los pocos que no desafinaban y las huestes del metal votando en masa, y podemos explicar su triunfo. Como nota al margen, cada vez que les enfocaban durante las votaciones (y fueron unas cuantas, porque muchos les dieron los doce puntos) estaban bebiendo cervezas en vaso de plástico, como buenos jevis.

Esto es lo que más me llamó la atención, pero hay otros detalles: desde luego, las cantantes y bailarinas estaban todas muy buenas y los cantantes y bailarines tenían muchas plumas (salvo excepciones); los ingleses llevaron a un rapero que dice que representar a su país en Eurovisión es la cima de su carrera; la coreografía ukraniana consistía en unos hombres hechos y derechos saltando a la comba, pese a lo cual acabaron séptimos; el presentador de la TV alemana, a juego con sus representantes, dio los resultados montado en un caballo y con sombrero vaquero; los irlandeses presentaron a un novelista y los turcos a una ex-copilota de rallies; la cola del vestido de la sueca ocupaba todo el escenario: así es como tiene que ser el vestuario para tener posibilidades.
En otro orden de cosas, destacó el país anteriormente conocido como Macedonia: no por la canción (ni la recuerdo), sino por el nombre del país. Ahora es la Antigua República Yugoslava de Macedonia.

Y para terminar, quiero felicitar a Lordi, que han demostrado que hay más música aparte de las baladas y el pop y decir que no me pareció justo el último puesto de Malta: desde luego, era mejor que las Ketchup, la pelma de la gabacha o el coro de gospel de los israelíes.

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20.5.06

Giro de Italia VII: jueves universitario

El jueves, temprano, cogimos un tren hasta Bolonia. Tenía los asientos numerados y nos tocó junto a una monja portuguesa que había estado en Pamplona en Sanfermines (ya falta menos). Por cierto, contó que se metieron por error en el recorrido del encierro y tuvieron que salir por piernas cuando les gritaron que llegaban los toros. Una de dos: o se lo inventó -cosa poco probable siendo una monja- o les engañaron, porque es prácticamente imposible colarse en el recorrido cuando queda poco para que empiecen las carreras.
Ya en Bolonia, comenzamos con la búsqueda de alojamiento. Encontramos el albergue de la juventud, bastante alejado del centro (por no decir que está en las afueras) y un poco warrillo. Eso sí, la rubia de recepción estaba de muy buen ver. El caso es que pudimos dejar las maletas e irnos a ver la ciudad. Y he de decir que fue la que más me gustó: la plaza mayor, las dos torres (una de ellas inclinada, por cierto), los cientos de kilómetros (y no exagero) de porches, el mercado de fruta... Una ciudad preciosa para pasear y mucho más barata que Florencia: comimos al pie de las dos torres (en el mismo centro) por 10 € cada uno, un muy buen plato de pasta, una ensalada y un café. Y eso que creíamos que nos iban a cobrar un ojo de la cara por el agua, como en otros sitios. Hasta dejamos una buena propina ala camarera.
Lo mejor es que en cada palacio, iglesia o monumento ponen un cartelico explicando qué es, para qué servía y quién lo hizo. Por cierto, que hay gran cantidad de palacios y todos ellos tienen algún uso: viviendas, bancos, el aula magna de la universidad... Supongo que tendrá algo que ver con su excelente estado de conservación.
Como buena ciudad universitaria (¿quién no ha oido hablar de la Universidad de Bolonia?), los jueves es el día de la juerga. Encontramos un pub en el que la pinta de Guinness valía 3 euros y medio (happy hour toda la tarde) y allí estuvimos hasta el anochecer. una pena que teníamos que estar en el albergue para las once, si no... La verdad es que se veía buen ambiente: cenamos unas pizzas en una plaza llena de gente bebiendo y divirtiéndose delante de los municipales. De hecho, un grupo de enajenados casi los atropellan con una silla de ruedas y ni se inmutaron. Para que luego hablen mal aquí del botellón. También había bastantes grupillos de tunos en traje de faena pero que no cantaban ni nada, curiosamente.
Con algo de pena, cojimos un autobús que nos dejó bastante lejos del albergue. Tuvimos que andar un buen rato para llegar hasta él. No es que nos cansara mucho, porque ya estábamos acostumbrados a andar, pero siempre es mejor que el autobús te deje en la puerta.

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18.5.06

Giro de Italia VI: no me pises que llevo chanclas

Miércoles: ya estábamos en el ecuador de nuestro viaje y tocaba ir a Pisa. Desayunamos y cogimos un tren de cercanías (y en la estación vimos al teniente Colombo -o su doble, por lo menos-) que nos dejó justo al otro extremo de la ciudad. Al otro extremo porque queríamos ir a la torre, claro. En cualquier caso, empezamos a andar. Lo de los autobuses ni nos lo planteamos, pues Pisa es chiquitica y nuestras piernas ya estaban más que acostumbradas a moverse.
Fuimos rodeando las murallas y viendo, por el camino, algunas iglesias similares a las de Florencia. Me encantó una que parecía de juguete. Pequeñaja pero con un montón de figuras esculpidas: gárgolas, águilas, caras... También vimos que es una ciudad universitaria: llena de gente joven, con restaurantes mucho más baratos que los florentinos y con todo el mundo andando en bici. Estuvimos un rato sentados en un banco y pasaron por allí millones de bicis (mil más o menos) y un sólo par de coches.
Finalmente, llegamos a la torre inclinada. Junto a ella está la catedral de Pisa y un edificio-cúpula. También hay como cien tiendicas de recuerdos, donde aprovechamos para comprar los típicos regalos horteras para amigos y parientes. Como todo el conjunto arquitectónico está en unos verdes jardines, decidimos comer allí mismo lo que nos sobró de la cena del día anterior. Algunos nos miraban raro con el tenderete que montamos allí, pero almorzamos muy bien. Por supuesto, Lirón y Txipirón se sacaron las típicas fotos sosteniendo la torre. No subimos porque era bastante caro, así que nos fuimos al casco viejo, que está lleno de callejuelas, bicis, gente paseando, pizzerías... Un poco laberíntico: dimos muchas vueltas buscando un sitio en el que comer, lo que nos abrió bastante el apetito. Finalmente comimos una pasta muy deliciosa en una terraza. Eso sí, nos cobraron un ojo de la cara por el agua. En fin.
Después de comer volvimos en tren a Florencia. Aprovechamos que era cómodo para echar una siesta. En Florencia, entramos en la Galería de los Ufizzi (para ver El nacimiento de Venus de Boticelli). En ésta hay muchas más cosas que ver que en la de la Academia, pero resulta que si llega la hora de cerrar te obligan a correr por los pasillos que te queden. La última parte la vimos a marchas forzadas, pero pude contemplar un Greco y algún otro cuadro que sólo había visto en mis libros de texto. A la Venus no le saqué fotos -porque no se podía y porque estaba dentro de un cristal que dificultaba mucho hacerlo bien-.
Ya en la calle (algo cabreados por las prisas que nos metieron), estuvimos un rato viendo a un guitarrista callejero, Piotr Tomaszewski. Tocaba (música clásica) muy bien y la guitarra sonaba genial. Resulta que el tío ha ganado varios premios y ha estudiado en sitios prestigiosos. No sé qué hace tocando en la calle. Justo delante, una pareja de vendedores ambulantes de láminas nos divirtió extendiendolas para que, justo después, se levantara un fuerte viento que las desparramó por toda la calle. El viento fue el preludio de una tormenta que hizo que todo el mundo corriera a los porches a resguardarse. Y duró bastante rato: la gente se divertía gritando a los que paseaban bajo la lluvia y poco más. Finalmente, abandonamos la protección del porche y fuimos a buscar un lugar donde cenar -por cambiar, nos comimos un shawarna en un turco-. Desde luego, para cuando volvimos a la pensión a dormir, estábamos calados hasta los huesos, lo que hizo mucha gracia al marido de la anciana que hizo -en italiano- la típica pregunta de "¿Qué, llueve?" Se ve que (además de tener poca gracia) es una broma universal.

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16.5.06

Giro de Italia V: tras los pasos de Miguel Ángel

El martes nos levantamos pronto, para desayunar y mirar si había algún sitio más barato para dormir esa noche. El albergue de la juventud era más caro que la pensión (suplemento por bohemia, supongo), así que nos quedamos donde estábamos. Salimos a pasear por Florencia, otra hermosa ciudad llena de iglesias con coloridas fachadas. Nada que ver con lo que habíamos visto la noche anterior: una ciudad oscura y desierta llena de gente rara. Santa Mª Novella también estaba en obras: se ve que han decidido restaurar este año todos los monumentos italianos, justo cuando nosotros los visitábamos. En la catedral está construida la cúpula más grande del mundo: como nuestras piernas aún recordaban los 500 escalones de S. Pedro, no subimos a esta. Seguimos paseando hasta la casa de Dante, en cuya puerta había un actor declamando algo (no sé el qué, porque no le entendía tanto).
Hay una calle en Florencia donde están todas las tiendas de moda. Pero las caras, no creáis: Dolce Gabana, Armani, Armand Bassi... Hasta me aprendí los nombres. La típica calle en la que pulirse una visa en un momento. Por suerte, no soy un adicto a la moda y pasé de largo. Pronto vimos que no sólo la tienda d eArmani era cara: también las pizzerías y restaurantes. Al final, comimos en un Self Service que era más barato.
Ya con la tripa llena, nos dirigimos a la Galería de la Academia, a ver el David. Un ratico de fila y un museo en el que poco más que el David hay para ver. Eso sí, lo tienen cableado para medir las vibraciones. Y no dejan sacarle fotos. También sacamos alguna, aunque era más difícil que en la Sixtina, porque estaba vigilado por una guardia de seguridad bajita pero con muy mala leche -como puede confirmar Lirón, que osó llamarla chica y destapó así la caja de los truenos-. Era divertido sentarse a ver cómo la gente intentaba sacar fotos a escondidas y la otra patrullaba el lugar como un tiburón al acecho. La mejor táctica la usaron una pareja de españoles: primero la chica amagó una fotografía hasta que Tiburón fue a decirle que no. Mientras la despistaba, su novio grababa en video todo lo que quería. Más tarde, les dejé en el baño mi opinión sobre su política de fotos no.
Como la comida seguía siendo igual de cara que por la mañana, decidimos comprar la cena en un supermercado: mozzarella, tomates, atún, mahonesa, salami y todas las warradas que encontramos para hacernos bocadillos. Dejamos todo eso en la pensión y nos dimos otra vuelta: encontramos unas murallas tras las cuales había una enorme muestra de artesanía. Apunto estuve de comprarme allí el sombrero de Indiana Jones. No el suyo, claro, sino el mismo modelo. Molaba, pero era bastante caro. También descubrimos un centro comercial subterráneo lleno de gente y tiendas (más baratas que las de la calle de la moda, eso sí) y que, además, servía para cruzar las calles sin temor a un atropello. Destaca también la Piazza della Signoria, con montones de réplicas de estatuas famosas y una fuente dedicada a Neptuno (podéis verla detrás de la ragazza de la foto, que posó amablemente para nuestras cámaras).
Como ya llevábamos todo el día andando -aquí no cogimos ni un autobús-, nos fuimos a la pensión a cenar. Estábamos digiriendo los bocadillos cuando escuchamos una bronca tremenda en la calle. Nos asomamos a la ventana (no es que seamos cotillas: es que gritaban muchísimo) y vimos a un tío y una tía chillandose en el bar de abajo. Escuchamos ahí el insulto del viaje; no dejéis de utilizarlo si tenéis la ocasión: infame cornuto. Lo mejor de las broncas eran los insultos que se decían: infame cornuto, individuo di merda, modales di porco... Geniales.

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12.5.06

Giro de Italia IV: Magnis itineribus

El lunes iba a ser nuestro último día en Roma, así que teníamos que visitar todo lo que nos faltaba: el Vaticano y la iglesia en la que está el Moisés, por lo menos. Después saldríamos hacia Florencia en tren, así que el primer lugar al que fuimos (sin perdernos: ya habíamos aprendido a usar el mapa de trenes-metros-tranvías. Lástima que fuera el último día) fue la estación central. Allí dejaríamos los equipajes en consigna para no arrastrarlos con nosotros todo el día. Parece fácil, ¿verdad? Pues no: resulta que, curiosamente, la consigna funciona como si la hubiera organizado un español (no me extrañaría, la verdad). Una kilométrica fila con sólo un mostrador al final en el que, uno por uno, van recogiendo -con cuidado- los paquetes de la gente y dándoles un ticket. Resultado: perdimos casi toda la mañana esperando allí. Al menos, tuvimos tiempo (más que de sobra) para mirar bien qué tren coger para ir a Florencia por la tarde.
Hartos de esperar en filas, cogimos un metro hasta el Vaticano y pronto encontramos otra larga fila que entraba al museo. Ya habíamos esperado mucho en la consigna, así que nos colamos más o menos por la mitad. Puede parecer que ahorramos mucho pero, dada la longitud total, todavía tuvimos que esperar bastante rato. Por el camino, Lirón aprovechó y se cambió de pantalones -llevaba unas bermudas y no quería arriesgarse a que no le dejaran entrar-, ante la atónita mirada de nuestros compañeros de espera.
El Museo Vaticano es enorme y está lleno de tesoros donados o robados en muchas partes del mundo. Tanta riqueza no hace ningún bien a la imagen de la Iglesia, pero no voy a entrar en eso. En cualquier caso, mi escultura preferida es la de Laocoonte y sus hijos (podéis verme junto a ellos en la foto), los únicos troyanos que sospecharon del caballo. Y les sirvió de bien poco. También es espectacular la Capilla Sixtina, desde luego. Hay más gente dentro que en la plaza del ayuntamiento de Pamplona el 6 de julio, y eso le resta majestuosidad. Sobre todo porque los encargados de mantenerla en silencio (personas y megafonía) lo hacen a limpio grito. Tampoco está permitido sacar fotos, cosa que no impide que el 95% de los que tienen una cámara las hagan -sin flash, eso sí-.
En el museo estuvimos toda la mañana (y eso que nos saltamos una parte y nos quedamos sin ver La escuela de Atenas, entre otras cosas) y comimos en una pizzería por allí cerca. Después, nos dirigimos a la Plaza de San Pedro. Vimos una fila de gente y nos pusimos detrás. Un rato después descubrimos que, por suerte, no iban a misa o a saludar al Papa, sino al interior de la Basílica de San Pedro, a la cúpula más hermosa del mundo. Tras mucho mucho rato de espera entramos, a pesar de unos amenazantes carteles que decían que había que subir más de 500 escalones para llegar arriba (no recuerdo el número exacto pero lo ponía: me pregunto quién será el desgraciado que los tuvo que contar). Arriba del todo, un sudoroso segurata nos explicó por qué había tanta gente un lunes: resulta que era fiesta en toda Italia. Está claro que no elegimos buenas fechas para visitar Roma. Ya se nos echaba el tiempo encima, así que tuvimos que volar hacia abajo por los 500 escalones que acabábamos de subir y pasar de puntillas por el interior de la Basílica, perdiendo unos segundos en la Piedad, para luego correr al metro y a la estación.
Por suerte, recoger las maletas cuesta menos tiempo que dejarlas, así que pudimos llegar a tiempo a nuestro tren. Íbamos a pasar de la cuna de la civilización occidental (una de ellas, al menos) a la cuna del Renacimiento. No está mal, adelantar quince siglos en un par de horas. Una pena que al final nos fuéramos sin ver el Moisés y las catacumbas de la Vía Apia. La próxima vez. El paisaje que veía por la ventanilla era parecido al de Roma, así que me entretuve leyendo hasta nuestra llegada. Llegada que no anunciaron por los altavoces, por lo que teníamos que estar buscando los carteles en todas las estaciones por si acaso.
Ya había anochecido cuando bajamos del vagón en una estación desierta, con sólo un par de guardias, un vagabundo y una tía que nos ofrecía alojamiento. La rechazamos alegremente y nos internamos por la primera calle que vimos. A primera vista, Florencia parecía bastante más bohemia y menos caótica que Roma. Lo cual significa que el albergue de la juventud está lleno de tíos con rastas y no hay cama para nosotros. Por suerte, esa calle -en pleno casco viejo- estaba llena de pensiones y una amable viejecita nos dio una habitación triple por poco dinero. La única pega era que había que ir pronto a dormir, pero nos permitió bajar un momento a cenar.
Tuvimos una bronca en un bar cercano, porque querían cobrarnos un pastón por sentarnos, así que comimos de pie y rápidos para no hacer esperar a la anciana. Desde nuestra habitación podíamos escuchar a los bohemios del ostelo, que salían todos a un bar que había enfrente a hablar y gesticular, pero eso no nos impidió conciliar el sueño después de un día de carreras y esperas.

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5.5.06

Giro de Italia III: están locos estos romanos

El domingo no nos levantamos pronto, porque teníamos que esperar hasta las diez para ver si nos quedaba alguna habitación libre. Sí, ya sé que en determinadas culturas las diez de la mañana es una hora más que temprana para levantarse, pero nosotros queríamos aprovechar el máximo posible de horas del día. Por suerte, algún pringado no iba a ocupar su cama y nos pudimos quedar otra noche. Eso sí, en otra habitación distinta llena de italianos y alemanes y con pintadas carcelarias (ya sabéis, palitos tachados y esas cosas).
Solucionado el asunto, nos dirigimos al metro en un autobús (a esas alturas ya nos conocíamos batante bien el mapa de transportes), y bajamos del metro en plena Vía Augusta, junto al Coliseo. Ya todo estaba lleno de gente y nos dirigimos a la enorme Piazza Venecia. Visitamos el Museo Palatino, donde -entre otras obras de arte y unos dos millones de bustos de emperadores, filósofos, soldados, autores, etc- está la loba Capitolina y Rómulo y Remo chupándole los pezones. También es enorme y bastante laberíntico.
Entre una cosa y otra pasamos toda la mañana, y decidimos sentarnos a comer unos paninis junto al foro. Mientras comíamos llegamos a una conclusión clara: Roma debe de ser la ciudad del mundo con más cantidad de belleza por metro cuadrado. Es difícil pasear (o estar quieto) sin que se te vayan los ojos a una ragazza, un edificio, monumento o fuente, o incluso a un coche -yo nunca había visto un Lamborghini en movimiento, y en diez minutos pasaron tres por delante de mis ojos-. Y no hablo de esa belleza subjetiva que gusta a unos y a otros no. No. En la mayoría de los casos el acuerdo era unánime. Y me atrevo a decir que a cualquiera le gusta un Ferrari o la Fontana de Trevi o una supermodelo. Pues vimos muchísimos ejemplos (de los tres).
Saciado nuestro apetito, nos dirigimos al foro, que no es otra cosa que los restos de la ciudad romana. La mayoría está por los suelos y sólo se ven los contornos de lo que fue un edificio, pero quedan un par de templos y, sobre todo, de arcos de triunfo que quitan el hipo (insisto en la belleza por metro cuadrado, aunque aquí no andaban coches). De ahí subimos a la colina del Palatino, que es la zona donde se fundó Roma originalmente: allí vimos otro museo, un espectacular estadio olímpico y lo que queda del Circo Máximo (el de las cuádrigas de Ben Hur), que es un parque con hierba de forma alargada y el camino de las cuádrigas para pasearse.
De allí nos encaminamos al Coliseo, que estaba siendo usado por los bomberos de Roma para una exhibición -luego nos enteramos que era su día-: se tiraban en tirolinas, se descolgaban haciendo rapel, bajaban camillas -con muñecos-, andaban por la pared... Eso sí, si los italianos son chulos los bomberos ni te cuento. Alguno se creía Rambo. La única pena fue que no dejaban entrar a la parte de abajo, donde guardaban las fieras y a los gladiadores: ahora sólo bajan los gatos. La leyenda de que la zona del foro está llena de gatos es cierta.
Del Coliseo cogimos un metro en busca de la Vía Apia -para ver las catacumbas-, pero resulta que la calle llamada Vía Apia está construida encima de la antigua y hay que ir mucho más lejos para encontrar algo de la época antigua. Como ya era tarde, nos quedamos en una plaza (Re di Roma) en la que había un mercadillo hippy -más o menos con las mismas cosas que los hippys españoles- y un fakir tragando fuego y tumbándose en un colchón de clavos (pinchaban; lo comprobé). Cuando comenzó a oscurecer nos fuimos a cenar a los alrededores de la Piazza navona -más que nada porque ya los conocíamos. Elegimos una pizzería casi vacía, pero el único otro cliente que había pronto comenzó a pelear con la camarera. Curiosamente, la tía nos atendía casi a la vez, diciendo -en voz alta: el sujeto le oía- que el otro tenía "modales di porco". En cualquier caso, la pizza estaba rica y nos pusimos las botas. Compramos unos helados (tampoco tienen nada que ver con los de aquí: la comida italiana es otra historia si la comes en Italia) y los saboreamos en el incomparable marco de la Fontana de Trevi, rodeados de guiris que echaban monedas y se sacaban fotos -nosotros ya habíamos sacado bastantes el día anterior, así que sólo
contemplábamos-.
Un rato después nos dispusimos a volver al ostelo: cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos que el metro dejaba de andar a las once. Había una línea de autobús que hacía su mismo recorrido, pero todo el mundo quería cogerla, así que nos costó un rato llegar a donde paraba el autobús que nos dejaría en la cama. Y lo peor es que, cuando llegamos, ya no había autobús. En nuestra misma situación había un grupito de italianos (mayores) que confiaron en que otro autobús pasaría. Nosotros nos pusimos a andar y varias calles más arriba nos encontramos con un viejo borracho y su mujer. Estaban esperando un autobús y el tío no nos dejaba en paz: se ponía a cantar en inglés, nos ofrecía bebida -no cojimos: tenía un color muy malo-, nos pedía tabaco, nos indicaba el camino en el mapa (mal, claro: señalaba justo en el Tíber, el cabrón)... Seguíamos pensando en huir cuando apareció su autobús. Dentro, vimos al grupillo que habíamos dejado en la otra parada, así que subimos. Se habrían reído más de nosotros si no hubiéramos llevado con nosotros al borracho, que aprovechó y se puso a dar la tabarra a la gente que le entendía, acaparando todas las miradas. Pero no acabó ahí nuestra odisea: íbamos mirando por una ventanilla para ver dónde estábamos, cuando todo el mundo empezó a bajarse. Me asomé por la otra y vi nuestro albergue.
A punto estuvimos de irnos más lejos y perdernos para siempre en los suburbios de Roma, pero finalmente conseguimos llegar sanos y salvos a nuestra habitación, a pasar nuestra última noche en la Ciudad Eterna (merece perdurar tanto).

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4.5.06

Giro de Italia II: Vini, vidi...

El sábado nos levantamos temprano para estar en el aeropuerto, como tres clavos, a las siete y media. El vuelo salía a las nueve menos diez, pero no queríamos arriesgarnos. En el aparcamiento no estaba el rumano, sino un cojo que debe de trabajar por las mañanas allí. En cualquier caso, el rumano había dejado apuntados los detalles y el cojo nos llevó hasta el aeropuerto sin ningún problema. Facturamos, esperamos y entramos adentro. Lirón compró abundante provisión de tabaco para el viaje, aunque -como es el único fumador de los tres- luego no consumió tanta nicotina como pensaba.
Tras algún problemilla en el detector (creo que pasé tres veces: primero me olvidé de la cazadora, luego del móvil y luego de las monedas), embarcamos en el avión. Para nuestro alivio no tenía pedales, a pesar del bajo precio. Los asientos no eran numerados, así que nos sentamos donde pudimos. Un par de espabilados (puede que holandeses, porque su modo de hablar me recordaba a Van Gaal) quisieron sentarse en primera clase y las cuatro azafatas tuvieron que movilizarse para impedírselo, ante la asombrada mirada del resto del pasaje. Después de que nos obsequiaran con la habitual escenificación de los chalecos y las máscaras de oxígeno -yo creo que podrían dejar de hacerlo: todo el mundo sabe que si la máscara te cae delante de la cara lo que hay que hacer es rezar- despegamos. Vi muy nerviosa a la mujer que estaba a mi derecha, y no se tranquilizó cuando estuvimos en el aire: de hecho, estuvo todo el viaje con la cara entre las manos, supongo que en un mundo imaginario en el que tenía los pies en el suelo. No se movió cuando sobrevolamos Córcega, que se veía preciosa desde el aire (alguna vez iré), pero sí cuando alguien exclamó que se veía el Coliseo. Como no lo encontró (y yo tampoco: para mí que era mentira) volvió a poner sus imaginarios pies en tierra. Es curioso, se dice que alguien tiene los pies en la tierra cuando no vive en un mundo imaginario, y esta señora no los tenía por imaginar precisamente eso. En cuanto el avión tocó el suelo y se detuvo, saltó de su asiento y corrió hacia donde tenía su maleta para cogerla y largarse. Las azafatas tuvieron que detenerla porque aún no era el momento -yo creo que si no la mujer salta del avión sin escalera ni nada-. ¿Adivináis quién fue la primera en tocar suelo italiano? No vi si besó el asfalto, como el Papa, pero no me extrañaría nada.
Serían imaginaciones, pero en cuanto salí a la calle me pareció que olía a orégano, lo que indica que el piloto no se había equivocado de ruta. Un autobús nos trasladó hasta la estación central de Roma, lugar que nos hizo lanzar la primera exclamación de asombro, porque desde allí se vislumbraba el Coliseo. No perdimos mucho tiempo, porque lo primero era encontrar un sitio para dormir. No, no habíamos reservado nada: hay que darle un poco de emoción a los viajes, que si no no tienen gracia. Así pues, fuimos a un albergue cercanoen el que no tenían sitio y después a uno muy muy lejano en el que tenían sitio para esa noche pero no para la del domingo. nos quedamos, de todos modos, por si al otro día cambiaban de idea. Como ya habíamos dado bastantes vueltas por Roma en nuestra búsqueda, nos quedamos a comer allí mismo: un cocinero simpático y una camarera rubia nos dieron nuestro primer plato de pasta en Italia. Y bien rico que estaba.
Ya con la tripa llena, nos pusimos en marcha: el ostelo está junto al campo de la Roma, que justo entonces jugaba su partido de liga. Por ello, la calle estaba llena de coches y, sobre todo, motos de aficionados que estaban viendo el partido. Un autobús nos llevó a la Piazza del Popolo, que estaba toda en obras. Al menos, tenían la decencia de pintar los plásticos que tapaban los edificios con la pinta que tienen realmente. No sirve para las fotos, pero puedes hacerte una idea de cómo son. Si no fuera por los carteles de propaganda: el obelisco tenía un cartel de Misión imposible 3. Por unas calles atestadas de gente (no es buena idea ir a Roma en fin de semana) nos dirigimos, pasando por el Mausoleo de Augusto y el Ara Pacis -se inauguraba ese día y puede que yo fuera la primera persona que intentó subirse encima. Lástima que el guardia me lo impidiera cuando me faltaban pocos escalones-) hasta la Piazza de Spagna, con su preciosa escalinata. Pronto nos dimos cuenta de que Roma está llena de mujeres hermosas. Seguimos paseando hasta la Fontana del Tritone y, de allí, a la de Trevi. Echamos la obligatoria moneda, por si acaso funciona, y nos dirigimos a la piazza Navona. Por el camino encontramos el Templo de Adriano. O lo que queda de él, que es la fachada (enorme, por cierto). Al doblar una esquina apareció ante nuestros ojos el espectacular Panteón de Agripa, donde se encuentra, entre otras, la tumba del genial Rafael. Un edificio impresionante y, además, se entra gratis. Si alguna vez vais a Roma no os lo perdáis.
Ya en la Piazza Navona, preciosa como todo lo demás, nos dedicamos a pasear mirando a los mimos y músicos que por allí actuaban. Y también a las bellas ragazzas que paseaban como nosotros. Perdonad que insista, pero es que era una cosa por demás. nos tomamos un enorme y sabroso batido en un local cercano, rodeados de fotos de famosos que habían probado las frutas de la camarera. La mayoría eran italianos, así que no los conocíamos, pero también había algún actor americano.
Puede parecer que el nuestro fue un corto paseo, pero Roma es grande y ya habíamos peregrinado por unos cuantos kilómetros. De hecho, era la hora de cenar, así que nos pusimos a buscar una pizzería. En nuestra guía indicaban una, cercana, con las mejores y más baratas pizzas de Roma. La encontramos sin muchas vueltas, pero la fila de gente esperando era enorme, así que nos fuimos a otra. Nos sentaron en una mesa con velas, junto a una pareja de venecianos. Las pizzas tenían nombres de grupos musicales y pedimos una Rolling, una Doors y una REM. Pronto descubrimos que cualquier parecido de las pizzas españolas con la realidad es pura coincidencia: allí son mucho más estrechas y muchos de los ingredientes van encima de la masa, crudos. Cuando empezamos a comerlas (y son las mejores que he comido nunca), los venecianos se rieron de nosotros, pues los italianos las doblan y se las comen como si de un bocadillo se tratara. No me parece una buena táctica, porque así la pizza dura la mitad de tiempo: prefiero el viejo método de cortar trozos y darle mordiscos -aunque con la Doors era bastante complicado, debido a la cantidad de ingredientes que tenía encima. Chipirón se desesperaba cortándola-. Como postre, probamos un delicioso tiramisú. Sin embargo, hubo dos cosas malas en la cena: nos cobraron 5 € por una pinta de cerveza (y eso que las pizzas no eran caras) y descubrimos que los locales romanos no tienen baños. Muy pocos de los restaurantes incluyen servicios entre sus ofertas.
Ya cenados y habiendo visto muchos monumentos, nos dispusimos a volver al ostelo, al otro lado del Tíber. Para ello, tuvimos que coger el metro, un autobús y un tranvía, y luego el tren de San Fernando. Por el camino pudimos cerciorarnos de que los romanos conducen como quieren: los semáforos son sólo consejos para quien quiera seguirlos, los pasos de cebra adornos de la carretera, la bocina la parte más importante del coche y los peatones estorbos que impiden llegar a destino. Las palabras conducción temeraria se quedan cortas ante algunas cosas que vimos.
También fuimos testigos de una bronca en el tranvía: una rubia quería bajarse y el conductor ya se iba, por lo que un amable caballero se puso en la puerta para que no se cerrara. El conductor le echó la bronca, La rubia comenzó a bajar y el conductor le cerró la puerta encima, llevándose un golpe. no contento con eso, se puso a gritar a la rubia -que hacía el típico gesto italiano con la mano- y al que había sujetado la puerta, ante miradas atónitas (las nuestras) y divertidas (las de los otros viajeros).
Ya en el ostelo, nos sentamos en unos bancos a contemplar la noche y escribir algunas postales a familiares y amigos. La gente espera que hagas eso, ya sabéis. Era una noche tan agradable que sólo le faltaba una pinta de Guinness para ser perfecta.

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2.5.06

Giro de Italia I: etapa prólogo.

Finalmente he logrado volver a casa, justo once días después de salir. Y, como prometí, procedo a relatar lo que allí me sucedió. Como sería muy largo ponerlo todo de golpe (Italia es más grande de lo que parece, aunque tenga forma de bota), iré subiendo trocicos de un día cada uno. Alguno también será largo, pero al menos será más fácil encontrar un día concreto.

Como su título indica, la primera jornada del viaje fue de prólogo. Lirón, Txipirón y yo mismo cogimos una furgoneta por la tarde y nos fuimos a Gerona, pues nuestro avión salía de allí el sábado por la mañana. Muchas horas de viaje (que aún se hicieron más largas por la impaciencia) y nos presentamos en el aeropuerto para ver dónde estaba: no era cuestión de dar vueltas buscándolo al día siguiente y perder el avión. Muy cerca, había un lugar para aparcar la furgoneta y un rumano nos aseguró que él nos llevaba al aeropuerto y nos guardaba el vehículo los diez días. El precio parecía razonable, así que quedamos con él para la otra mañana.
Entramos a Gerona y, tras varias vueltas para aparcar, nos pusimos a buscar el albergue de la juventud. Aunque ninguno de los tres somos exactamente jóvenes, todavía entramos en los descuentos del carné de alberguista. Nos dieron cama para esa noche y desayuno para la mañana siguiente, así que salimos tranquilamente a cenar algo. Vimos una taberna llamada Zampanzar, así que entramos allí a comer unas cazuelicas y pinchos. Como si siguiéramos en Pamplona, vamos. Ya nos hartaríamos después de comer cosas distintas.
No muy lejos de allí había un pub irlandés llamado Excalibur, así que nos tomamos las que creíamos que iban a ser nuestras últimas Guinness en un par de semanas. Bonito bar. Aunque la gente estaba de juerga y parecía que iba a haber buen ambiente, nos fuimos prontico a dormir para no tentar a la suerte, ya con la mente en Italia. Otra vez será. En unas diez horas aterrizaríamos en la Ciudad Eterna, dispuestos a contemplar todas las maravillas que pudiéramos a lo largo de nuestro periplo por la tierra de la pizza.

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